Por Valentín Varillas
Fricciones importantes han empezado a darse en la relación de los partidos que forman la famosa Alianza Por México.
La propuesta de abrir al voto ciudadano el proceso de selección de sus candidatos para las elecciones de este año y las del 2024, debilitó los supuestos sólidos cimientos que le dan forma a la coalición.
La presión de democratizar lo que históricamente han sido decisiones cupulares, vino de grupos importantes que solicitaron formalmente a su dirigencia nacional ensayar este método en aras de obtener una mayor credibilidad y legitimidad entre el electorado potencial.
Cuando la opción se puso sobre la mesa, vinieron los desencuentros.
No solo entre partidos distintos, sino entre los miembros de un mismo instituto político.
Algunos hacen memoria y recuerdan que no les ha ido nada bien cuando han dejado en manos de simpatizantes y militantes la decisión de elegir candidatos.
Es el caso del PRI, cuyos procesos “democráticos” resultaron una catástrofe de proporciones mayúsculas y tuvieron como consecuencia única una serie de rupturas y fracturas irreconciliables.
En el PAN, ni siquiera se pone el tema a consideración de sus élites.
Siempre han optado por procedimientos en donde reina la simulación.
En donde no existe ni siquiera un mínimo de incertidumbre y son producto de decisiones cupulares que luego hay que vestirlos con el traje de la legitimidad, disfrazándolas de decisiones colegiadas, que reflejan exactamente la voluntad de la militancia.
El PRD, convertido hoy en un extraño híbrido que muy poco aporta a la vida nacional, simplemente avalará lo que sus hermanos mayores decidan.
El tema llama la atención.
Al presidente López Obrador, sus adversarios le han criticado mucho las consultas populares que ha llevado a cabo como materia prima en la toma de decisiones gubernamentales.
Han tenido razón.
El jefe del ejecutivo simula deberse a la voluntad del pueblo para imponer su voluntad.
Esta estrategia le ha generado todo tipo de críticas al interior del llamado círculo rojo, pero lo ha hecho crecer en términos de popularidad, aprobación de su mandato y en general, le ha servido para engrosar su blindaje social.
Eso es lo que quiere imitar el sector opositor que busca abrir sus procesos al voto popular.
Subir, aunque sea un poco, su posicionamiento entre el electorado.
Venderse como sensibles a las necesidades de sus votantes, aunque al final impongan a quienes más les convenga.
Así de desesperados están que pueden llegar a poner en práctica lo que tanto denuestan en su discurso público.
Y es que, las encuestas no mienten.
Son muy claras y adelantan una derrota estrepitosa en los próximos procesos electorales.
Otra más.
En este complicado contexto y a estas alturas del calendario electoral, qué más da ensayar lo que sea, aunque resulte estéril y pueda tener como saldo final mucho mayores pérdidas que ganancias.
Inclusive, una fractura irreversible que pudiera modificar la composición misma de la alianza opositora.
¿O todo esto se utilizará únicamente como un pretexto para explicar la ruptura de una coalición sostenida desde su génesis con alfileres?