Por Valentín Varillas
La marca, es por mucho la favorita entre el electorado del país.
En 22 entidades arrasó en los más recientes procesos y si no pasa algo muy extraño, se van a quedar –por lo menos- con el Estado de México.
El que más suma al padrón nacional.
En Coahuila dicen que la moneda está en el aire; que se puede negociar.
Pero a estas alturas, con un régimen de control político tan férreo como el que encabeza López Obrador, es posible que vaya por todo.
Las siglas y el logo del Movimiento de Regeneración Nacional gozan de cabal salud.
El reto, será encontrar los perfiles que puedan encajar de la mejor manera con lo que los ciudadanos asocian con los “valores”, ideología, usos y costumbres del partido.
Y por sobre todas las cosas: qué tan bien empatan con el macho Alfa de la tribu: el presidente del país.
El reto no es menor.
En Morena no hay liderazgos químicamente puros.
Todos los de peso específico real en su vida interna y la baraja de probables aspirantes a cargos de elección popular, nacieron y se formaron en partidos políticos distintos a Morena.
Hoy, férreos adversarios y en algunos casos, enemigos irreconciliables.
Las “corcholatas”, por su cercanía y trabajo conjunto con AMLO, han salvado con éxito semejante aduana.
El tema está en los estados.
Puebla, como ejemplo.
¿Quién de los que realmente tienen posibilidades de aspirar a la gubernatura puede minimizar el riesgo de que le recuerden una y otra vez su pasado político?
Julio Huerta es quien menos problema tendría en este rubro.
No lo empatan con otras siglas o colores.
Aseguran que su grupo político, la herencia de Barbosa, tiene el manejo de “la estructura” a través del control absoluto de los consejeros del partido.
¿Qué tan autónomo será “el barbosismo” al momento de las definiciones?
¿Qué peso tendrá la línea de Palacio Nacional en la designación del abanderado poblano?
¿Qué transformación tendrá que ensayar para convertirse en un buen producto electoral?
Nacho Mier, formado en los más oscuros sótanos del PRI de la mano de su maestro Manuel Bartlett, se beneficia de haber sido parte de la génesis de Morena.
Algo de lo que no puede presumir el actual titular de la CFE.
Su gran y pesada losa es que, aquí en la aldea, lo ligan necesariamente con el “dogerismo” y aquel trienio oscuro en donde la más aberrante corrupción caminó de la mano de una incapacidad monumental para gobernar.
Por eso, desde hace meses, ha hecho una purga de indeseables.
La constante ausencia del expresidente municipal de la capital en los más importante eventos que Mier ha llevado a cabo en Puebla, es un ejemplo muy claro de esto.
Le restan mucho, muchísimo, en su objetivo de amarrar la candidatura para el 2024.
A Armenta, le pasa algo similar, pero parece no importarle.
Aunque su realidad es mucho más complicada.
La etiquetas de “marinista”, “peñista” y “monrealista”, no le ayudan.
Tampoco la invitación que recibió para sumarse a Morena en la coyuntura de la presidencial del 2012.
Menos, el haber sido parte de aquel sexenio en donde la pandilla tricolor que gobernó, saqueó el país.
No le ayuda el haber impugnado por todas las vías legales la candidatura de Barbosa en la extraordinaria del 2019.
Alentado por Ricardo Monreal, se trata de uno de los más grandes yerros políticos de su carrera.
El propio presidente López Obrador recordó este hecho en el homenaje fúnebre al ex gobernador poblano, realizado en Casa Puebla.
Operan abiertamente para él, sus ex –compañeros de partido y gobiernos.
Apenas el viernes, fueron mayoría por encima de los perfiles de Morena en el evento de presentación de su libro.
Así la va a jugar.
Le ayuda el que Monreal se haya quedado en Morena y no haya roto oficialmente con el presidente, pero este hecho no le garantiza la tan anhelada identidad guinda.
Esa que, quien pueda adoptarla y ejercerla de mejor manera, tendrá una ventaja real para competir por la gubernatura estatal.