23-11-2024 04:27:00 AM

La otra traición de Armenta

Por Valentín Varillas

 

A pesar de haber traicionado al movimiento de López Obrador en el 2012, poco antes de que acabara el sexenio de Enrique Peña Nieto, del que fue funcionario, Alejandro Armenta volvió a tocar la puerta del hoy presidente.

Y por increíble que parezca, se la volvieron a abrir.

De reciente creación, el Movimiento de Regeneración Nacional se enfrentaba al reto de darle forma a una estructura política con presencia en todo el país, que abonara al triunfo de AMLO y que a la vez, los blindara de un potencial fraude electoral.

El poblano la leyó bien.

Las encuestas, desde mitad de la administración del gobierno priista, mostraban una caída en picada.

Irreversible e inevitable.

Los votantes le cobrarían todas en las urnas, a esta auténtica pandilla de pillos que estaba saqueando el país y de la que Armenta fue uno de sus más alegres y entusiastas miembros.

En este contexto, Armenta prometió llevar “a su gente” al partido, los que lo habían hecho ganar la diputación federal en el 2015 por el distrito 7 con cabecera en Tepeaca.

El de Acatzingo, inclusive, planteó el llevar a cabo un acto masivo de afiliación a Morena y ayudar con ello a conformar la estructura de operación electoral que operaría a favor del partido en el proceso del 2018.

El partido de López Obrador enfrentaba un reto mayúsculo en este sentido: conformar más de 2 mil 400 comités seccionales en Puebla y con por lo menos 8 integrantes cada uno.

A cambio, quería la candidatura al gobierno estatal.

No había manera.
Su paso por el peñismo estaba tan reciente, que se reflejó en la encuesta para elegir al abanderado.

La etiqueta de marinista tampoco le ayudó.

Barbosa fue el ungido; ganó la encuesta y para muchos, la elección.

Armenta se domesticó.

Mandarlo en el primer lugar de la fórmula al Senado era mucho más de lo que en realidad valía.

Vino el monumental fraude.

AMLO llevó a Barbosa a un evento con los candidatos ganadores de Morena y explicó públicamente que la presencia del poblano se debía a que en su óptica, él había ganado realmente el proceso electoral.

Y este hecho tiene un simbolismo demoledor.

La legitimidad como mito fundacional de Morena; como eje central del decir y el hacer de López Obrador, pero sobre todo: doctrina de observancia obligatoria -jamás sujeta a discusión- para el resto de los integrantes del movimiento.

Algo tan básico, tan elemental, no lo supo o no lo quiso ver Armenta.

Por eso enloqueció después del accidente que mató a la gobernadora Martha Érika Alonso y al senador Moreno Valle.

Ya muerto en lo político el grupo hegemónico poblano, se le detonó un incontrolable apetito personal.

Los exabruptos fueron de antología.

Desde los complots para eliminar a quien por lógica elemental y aplicando la doctrina de la legitimidad debía de repetir como candidato, hasta el acudir a los tribunales para intentar echar por tierra el método de selección que había utilizado el partido.

El mismo que se usó en el caso del propio presidente y de todos, absolutamente todos los perfiles triunfadores en el resto del país.

Dudar de Puebla era cuestionar todo, absolutamente todo lo que habían ganado en lo electoral.

En este contexto, litigar para pegarle a la legitimidad de los procesos internos, era simple y sencillamente patear el pesebre.

Barbosa fue candidato y como se esperaba, ganó la gubernatura.

Armenta ha ido oscilando de la rebeldía a la obligada institucionalidad.

¿Qué polvos quedan de aquellos lodos?

¿Ha sido efectiva la operación cicatriz, o se trata de una monumental puesta en escena?

¿Cómo afectarán las traiciones del pasado al proyecto a futuro que tiene el senador?

Falta poco, muy poco para saber si en Morena pesa más la congruencia o la desmemoria.

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