Por Valentín Varillas
Fui al desayuno que el pasado viernes organizó el Club de Empresarios con Ildefonso Guajardo para hablar del polémico tema del nuevo Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la todavía más polémica postura que ha tomado el gobierno federal en torno al capítulo energético del documento.
No cabe la menor duda que sabe de sobra de lo que habla.
Fue uno de los negociadores del gobierno mexicano designados por el presidente Peña Nieto para defender los intereses del país.
Uno de los sectores prioritarios, más allá de la polémica actual, era el automotriz.
Fundamental para la economía nacional y de especial interés para Puebla.
Habló de las consecuencias que para las armadoras de todo el mundo ha tenido la pandemia.
La escasez de componentes, debido a la absoluta dependencia que desde hace décadas generó la industria mundial a los productos de origen chino y la falta de capacidad del gobierno de Andrés Manuel López Obrador de aprovechar una potencial área de oportunidad para las empresas mexicanas.
La palabra clave que utilizó fue: “confianza”.
Y sin duda hay mucho de verdad en ello.
En la forma, el discurso oficial no invita a los hombres del dinero a generar inversión productiva en México.
Con ver una sola de las famosas “mañaneras” es suficiente para que salgan corriendo en busca de otros derroteros.
En el fondo, Guajardo es un convencido de que ni el presidente, ni los miembros del gabinete que tienen que entrarle a estos temas, empezando por Tatiana Clouthier, ni siquiera los entiende.
Lo que en lo personal no me cuadró y que tiene que ver con la industria automotriz, es por qué en medio de este escenario apocalíptico para la economía mexicana, apenas en julio pasado el grupo Volkswagen anunció la inversión de 1,300 millones de dólares para su planta en Puebla.
Y lo más contradictorio: la inyección de recursos es para la transición hacia las energías limpias, mientras en México, a contracorriente del resto del mundo, se invierten miles de millones de recursos del erario en la construcción de una refinería.
Si las cosas están realmente como las describió, uno de los consorcios automotrices más importantes del planeta podía haber llevado a cabo este proyecto en alguna otra de las 121 plantas productivas restantes que tiene en todo el planeta.
¿Por qué México?
¿Qué ven, o no ven los alemanes de la realidad nacional que en estos “apocalípticos” tiempos de la 4T deciden apostar por nuestro país en un programa de altísima prioridad para el futuro del consorcio?
La apuesta no es menor.
Es mucho lo que está en juego.
Creo que al obviar este importante dato duro, no opinativo, el brillante Ildefonso Guajardo fue víctima de sus filias y fobias políticas, ante un auditorio facilito, muy cómodo, que sin duda las comparte totalmente.
Nunca lo sabré porque, a la hora de la tan anhelada sección de “preguntas y respuestas”, a pesar de solicitarlo en reiteradas ocasiones, el micrófono jamás llegó a mí.
Ya sabe, si se encuentra a Ildefonso Guajardo en la calle, hágame el favor de preguntarle y ayúdeme a darle un poco de luz a mis espesas tinieblas de ignorancia.
Se trata, simplemente, de un servicio social.