Por Rosa María Lechuga
En la Fundación Cartier en la ciudad de París, actualmente se expone el trabajo de Sally Gabori, una australiana de las más grandes artistas contemporáneas.
No tendría nada de excepcional su obra, si no fuera porque empezó a pintar a sus 80 años, en 2005. Idílica su vida, al igual que Bentinck, la isla que la vio nacer en el corazón del golfo Carpentaire, en Australia, Mirdidingkingathi (su nombre ancestral), la plasmó en más de 2,000 cuadros durante su periodo creativo que duró 9 años.
“ Voici ma terre, ma mer, celle que je suis”
Gabori, una vida entre el mar, el cielo, la tierra y el exilio.
Un ciclón y un tsunami, la obligaron junto con su familia y los pocos habitantes de la isla, a abandonar esa tierra que le forjó esa identidad y que más tarde, reveló el talento en la Isla de Mornington.
Una vez, desterrada, Mirdidingkingathi hizo del juwarnda (delfín) su tótem, y de los lienzos y colores, su refugio al no poder seguir hablando su lengua materna, borrando así, todo vínculo con su cultura y sus tradiciones.
¿Sus colores preferidos? el azul y el negro están muy presentes, “es ver plasmado el duelo de quien añora su tierra, pero ama la vida que tiene”. Paisajes, bancos de tierra salada, crestas rocosas, ríos, manglares, estuarios, islas, arrecifes, son algunas espacialidades que Sally plasmaba luminosamente en sus telas.
En su arte, también evoca un fenómeno climático fuera de lo común, the Morning Glories. En su infancia, Sally presenciaba esas nubes en forma cilíndrica tan representativas de Australia.
Tal vez, ella imaginaba nadar como el juwarnda y adentrarse en las profundidades del mar, que desde niña conoció y vivió de las bondades que su isla le ofrecía.
Unos años antes de su partida, Gabori colaboró con otras mujeres en su nuevo hogar, cuya visión holística y polisémica en sus cuadros, refleja el arraigo profundo de estas mujeres, a sus ancestros, a su tierra, a su esencia.
Al final de su vida, además de ganar el Gold Award for Contemporary Painting Rochkampton Art Gallery y el TogArt Contemporary Art Award, expusó su trabajo en ciudades europeas como Venecia o Londres.
Mirdidingkingathi juwarnda, como le llamaban, terminó su exilio en 2015, el día que su alma regresó a Bentinck.