Por Valentín Varillas
Las elecciones se ganan aplicando la vieja estrategia de guerra que se centra en la capacidad real de movilizar a la tropa para triunfar en los distintos frentes y hacerse del control de la mayor cantidad de territorio posible.
Esta tropa, además de estar capacitada, debe de tener la experiencia suficiente que se requiere para la lucha y sobretodo: ser completa y absolutamente fiel, primero a sus capitanes y por supuesto, más allá de cualquier cosa, al general del ejercito.
Al director de orquesta, a quien definirá los pasos a seguir y lo más importante : el que tiene el control absoluto de la logística y el arsenal a utilizar.
Estos usos y costumbres de la disputa por el poder llevan vigentes décadas y no han variado ni siquiera un milímetro en estos tiempos de cambio político en el país.
Hay quienes ya lo entienden y actúan en consecuencia.
Diputados y presidentes municipales, de todos colores y sabores, logos e ideologías, quieren ir con el ganador.
Faltaba más.
Algunos conocen de sobra la historia y manejan al pie de la letra los protocolos que norman cualquier proceso de sucesión.
Saben el peso de las jerarquías, leen el escenario nacional, están atentos a las señales que todos los días aparecen en la aldea y en función de todo esto toman decisiones.
Nada tienen que ver aquí las filias y las fobias.
Es un tema, simple y sencillamente, de rentabilidad política.
Nada más.
Entonces, es evidente que quien tenga realmente la mayor y mejor estructura va a ir recibiendo, a medida que se acerque el tiempo de las definiciones, la mayor cantidad de adeptos a su proyecto político.
La primera señal concreta, que tiene que ver directamente con la integración y definición de quienes de manera oficial tendrán la responsabilidad del desempeño de Morena en el 24, será el relevo en la dirigencia estatal del partido.
Del análisis de los perfiles que acaben formando parte de este órgano colegiado, se detonarán algunas señales.
Indicadores que servirán como mapa para ubicar a quienes, hasta el momento, no han podido o no han querido entender la lógica de esta sucesión.
Por eso andan enojados, en algunos casos hasta desquiciados.
Se les nota en el rictus, en su imagen pública, pero sobre todo: en los tonos de su discurso.
Optan por la violencia física o verbal, porque saben que los astros de plano no se les alinean.
Por más que hacen y deshacen.
Esto tiene como consecuencia un sentimiento devastador de absoluta soledad.
Y entonces se arrojan a los brazos de quien sea.
No importa si suman, restan, multiplican o dividen.
El chiste es aparentar que hay músculo.
En este contexto, el diputado federal Ignacio Mier llevó a cabo una reunión hace algunos días, con lo que será la columna vertebral de quienes tendrán la enorme responsabilidad de coordinar a sus operadores en busca de votos en todo el territorio estatal.
Votos que tendrán que llegar masivamente para ganar el estado y sumarle al candidato presidencial.
Hay evidencia gráfica del encuentro, por cierto muy poco publicitado en redes y medios tradicionales.
Juzgue usted.
Sobra decir que, en este momento, es evidente que están rotos todos los posibles puentes de comunicación con el jefe del ejecutivo estatal.