Por Valentín Varillas
¿Por qué no diferir, como gobierno estatal emanado de Morena, con la estrategia que ha llevado la Federación durante la pandemia?
Muchas de las decisiones que en su momento fueron tomadas por recomendación de Hugo López Gatell, quien fue designando a sangre y fuego por el propio presidente como único general en esta batalla, no fueron ni han sido necesariamente ejemplares.
México no es, ni de cerca, un ejemplo de efectividad en el manejo de esta crisis mundial de salud pública.
¿Esto supone necesariamente un rompimiento entre niveles de gobierno?
¿Una traición al presidente López Obrador?
No, ni de cerca.
Simple y sencillamente, en Puebla se tomaron decisiones y se definieron políticas públicas que respondían de la mejor manera a la realidad particular que ha vivido el estado en estos complicados meses.
Y así fue desde el principio.
Ejemplos, sobran.
Mientras a nivel federal se minimizaba el uso del cubrebocas, como una de las medidas más importantes para la prevención de los contagios, aquí en la aldea todos los funcionarios públicos, empezando por el propio gobernador Barbosa, lo portaban en todas y cada una de sus apariciones públicas.
Aunque fueran virtuales.
El simbolismo de predicar con ejemplo, en el caso de Puebla era considerado como prioritario, fundamental como herramienta de apoyo para generar que cada vez más ciudadanos de convencieran de los beneficios de portarlo.
A la par que el presidente seguía realizando giras y actos masivos a lo largo y ancho del país, por recomendación del propio López Gatell, quien apelaba a la “fuerza moral” de Andrés Manuel como efectivo blindaje contra el contagio, aquí en el estado fueron suspendidas de manera fulminante desde el primer día del confinamiento.
El estado también fue pionero de la reconversión de clínicas y hospitales públicos para garantizar la atención de pacientes Covid y se generó un canal permanente de comunicación con los privados, para trabajar de manera coordinada y garantizar que no se colapsara el sistema de salud estatal.
Y lo mismo con el famoso, surrealista y ambiguo semáforo epidemiológico.
Ese que, a través de etiquetar a los distintos estados con un sistema de colores, en teoría reflejaba con certeza la realidad de cada entidad federativa vivía en materia de Covid.
Y de esta manera, dependiendo del color, se determinaban las restricciones de movilidad y de actividades productivas.
El estado y la federación, jamás coincidieron.
Más allá del color que etiquetaba a Puebla, aquí se seguían aplicando a rajatabla los decretos que, con datos duros e información fidedigna, eran considerados los más pertinentes de acuerdo con la realidad local.
A contracorriente de opiniones sin fundamentos o de intereses de grupo o políticos, se buscó siempre el evitar situaciones que favorecieran el aumento exponencial de los casos, informando con realismo para generar una mayor conciencia social ante la pandemia.
La prueba más contundente de las diferencias que desde el principio existieron entre las políticas dictadas por López Gatell y la estrategia de atención a la pandemia diseñada y operada por el gobierno estatal, tuvo que ver con la lógica de distribución de las vacunas por estado.
Puebla era el penúltimo de todo el país en número de vacunas recibidas, cuando, simplemente por su número de habitantes, tendría que haber sido considerado como prioridad en las entregas del químico.
Esta situación cambió de manera radical el 3 de octubre del año pasado cuando, en una visita del presidente López Obrador al estado, el gobernador Barbosa le expuso esta situación al jefe del ejecutivo federal y exigió un mejor trato para el estado.
A partir de ahí, no han dejado de llegar, al grado de que se han instalado módulos permanentes de vacunación para quienes no tienen todavía su esquema completo o bien, quedaron rezagados por cualquier razón.
Hoy sobran vacunas pero faltan, desgraciadamente, más poblanos que se quieran vacunar.
En estos tiempos en donde todo se polariza y politiza, el que en Puebla se haya llevado a cabo una estrategia distinta a la del gobierno federal en el manejo de la pandemia, seguramente será interpretado por algunos trasnochados como un síntoma de una potencial fractura entre Casa Aguayo y Palacio Nacional.
Para nada.
Más allá del hecho de que Puebla nunca ha sido un foco rojo en materia de pandemia en el concierto nacional, las declaraciones del gobernador Barbosa en términos del papel que ha jugado López Gatell en la pandemia no modifican amarres, acuerdos y compromisos a los que se han llegado desde hace tiempo y que se respetan y honran a cabalidad en temas de altísima prioridad en la relación estado y la Federación.
Además, la opinión del gobernador sobre este funcionario, seguramente es compartida por el propio Andrés Manuel.
Sobre la desilusión del presidente, abundan columnas publicadas por periodistas con fuentes privilegiadas con acceso a información de primera mano y que son parte misma de las entrañas del actual grupo en el poder.
Regaños memorables ante la falta de capacidad para actuar con eficacia y para comunicar con eficiencia las acciones del gobierno en la materia.
Esto jamás se reconocerá públicamente.
Es más, desde el inicio de la pandemia se sabía que López Gatell tenía asegurada su chamba, pasara lo que pasara.
Correrlo, aunque lo ameritara, iba a ser una derrota política para un presidente que en teoría nunca pierde, pero que cuando las cosas no le salen como él quiere, de plano arrebata.