Por Valentín Varillas
Guillermo Aréchiga no solo le falló a la administración pública estatal y al gobernador que le dio la confianza al darle las riendas de la Secretaría de Movilidad y Transporte.
Le falló sobretodo a los millones de poblanos que diariamente tienen que padecer el saldo negativo que arrojó su paso por la dependencia: un sistema de transporte público inoperante, ineficiente y además, sumamente peligroso.
Desde el inicio de su gestión, este impresentable estuvo siempre del lado de los dueños de las concesiones, jamás de los usuarios.
A contralínea de las indicaciones del jefe del ejecutivo estatal, invariablemente hizo todo lo posible por favorecer el negocio de quienes él mismo consideraba “sus amigos” y nada por tratar de obligarlos a mejorar el pésimo servicio que prestan.
Un ejemplo muy claro, fue el penosos papel que jugó en las negociaciones de la nueva tarifa.
Su primera gran responsabilidad.
Siempre laxo, intencionalmente tibio, permitió el aumento sin estar dispuesto a obligar a que los transportistas cumplieran con sus promesas.
Ni capacitación real para los conductores, ni mejora en las unidades, ni botones de pánico masivo, ni cámaras de seguridad al interior.
Vamos, nada de nada.
Pocos, poquísimos casos de “éxito” que se exhibieron públicamente como grandes logros, cuando la mayoría siguió operando en la más completa impunidad.
En este espacio, desde ese tiempo, se exhibió su doble juego.
Aquella anécdota en donde la funcionario “se le olvidó” amarrar el descuento a estudiantes, discapacitados y personas de la tercera edad.
Usuarios que por su condición, siempre habían gozado de una merecida tarifa preferencial.
Desde ahí quedó en evidencia.
Y luego, mucha porquería.
Lo que ha sido la característica principal de su nocivo paso por la vida pública poblana.
La desmedida ambición y los jugosos negocios al amparo del poder.
La descarada venta de concesiones y el uso de prestanombres para obtener las suyas propias, son apenas la punta del iceberg.
Servirse del poder y no utilizar el poder para servir, siempre fue su máxima.
En el magisterio, en el legislativo, como líder partidista y después como secretario en el gabinete estatal.
Qué bueno que sus actos no queden impunes, por fin.
Que no haya salvoconductos, simplemente por tratarse de un funcionario que perteneció a la actual administración.
No existe simulación, mucho menos cacería de brujas.
Como lo ha dejado claro el gobernador Barbosa: no hay ni habrá cabida a actos de corrupción en su gobierno.
Caiga quien caiga y hasta donde dé.
Con los casos recientes que hemos visto en los últimos días, no debe de quedarle a nadie la menor duda.
Mucho menos con lo que vendrá.
Barbas a remojar, para todos los que traigan cola.
En pasado, pero sobre todo, en presente.
Va para todos.