Por Valentín Varillas
No hay duda, el mito fundacional de la Cuarta Transformación es aquel fraude que se llevó a cabo en el 2006 y que impidió que en ese entonces, Andrés Manuel López Obrador llegara a la presidencia.
A partir de ahí, se le dio forma a una narrativa que motivó las marchas, las protestas, manifestaciones, el famoso plantón en el Zócalo, la toma de Reforma y sobretodo, el autonombramiento del caudillo como “presidente legítimo” de México.
Se masificó aquella petición de contar “voto por voto, casilla por casilla”, como herramienta para demostrar que, se había alterado la voluntad de la mayoría expresada en las urnas.
Todo se centraba en que los grandes males del país tenían como origen el que una “mafia” incrustada en el poder político, el servicio público y hasta en el empresariado nacional, se había robado la presidencia.
Y se manejó a sangre y fuego, de manera obsesiva, en las dos campañas presidenciales posteriores y le ha generado tantos beneficios al actual grupo político en el poder, que sigue siendo un ingrediente importante del discurso oficial del hoy jefe del ejecutivo federal.
Ese grupo político que creció, se posicionó y convenció a más de 30 millones de mexicanos de que eran la mejor opción, siempre anclados en el victimismo del fraude, de las trampas, del complot.
De la dicotomía buenos-malos, corruptos-honestos, conservadores-liberales, en donde invariablemente ellos ocupan las posiciones de privilegio.
Para mantener vigente este discurso de contraste y que siga permeando entre los ciudadanos, tienes que ser perfecto.
Predicar siempre con el ejemplo y no cometer siquiera el más mínimo error.
Y en estos tiempos de la tan cacareada 4T, se han cometido muchos errores.
Han caído en lo que tanto criticaron y que juraron que no iban a hacer.
De entrada, probados y descarados actos de corrupción, nepotismo, favoritismos, conflicto de intereses, enriquecimiento ilícito; pero lo más grave tiene que ver con todas las irregularidades que se llevaron a cabo durante el proceso de recaudación de firmas para la famosa revocación de mandato.
Para cumplir con el requisito de juntar el porcentaje determinado por la SCJN, los promotores de esta revocación, o sea, los operadores de Morena, hicieron de todo.
Falsificación y dobleteo de firmas y en el colmo: promesas de beneficios a internos en penales para conseguirlas (704) y más de 17 mil 700 muertos que “avalaron” que el proceso se lleve a cabo el próximo 10 de abril.
¿Cómo ve?
Las eternas víctimas del fraude llevando a cabo acciones que eran parte de los usos y costumbres de los peores años de aquel apestoso régimen de partido único que gobernó el país por más de 7 décadas.
Increíble.
Podían fallar en todo menos en eso.
Mataron ya la columna vertebral de su propia génesis.
La paternidad que les dio sentido y credibilidad como movimiento.
Después de esto ¿quién les va a tener confianza?
No le extrañe que con este tipo de procedimientos hayan operado sus famosas “consultas ciudadanas”.
Esas que se utilizaron para justificar decisiones ya tomadas como la cancelación del aeropuerto de Texcoco o para llevar a juicio político a los expresidentes.
Vaya tomada de pelo.
¿Y qué tal sus encuestas para elegir candidatos?
Sobre todo porque, el propio presidente ha adelantado que ese será el método mediante el cual se va a elegir a quien competirá en su partido para sucederlo en el 2024.
¿Así?
¿Con estas marranadas?
Es la triste y burda crónica de la “víctima” que, al llegar al poder, mutó de manera vergonzosa a “victimario”.
Un guión que se ha repetido por décadas en el sistema político mexicano, pero que, en estos tiempos de supuestos cambio, cada vez aburre e indigna más a la audiencia.