24-11-2024 11:15:46 AM

Año decisivo

Por Jesús Manuel Hernández

 

Tradicionalmente los gobiernos, la gestión sexenal, se ha dividido en dos o tres partes, según el criterio empleado para el análisis.

Quienes lo dividen en 2, parten de la idea de que el gobernador en turno alcanza su máximo poder, la plenitud del ejercicio de su autoridad en el estado hasta el tercer año, es ahí cuando puede levantar algo de lo sembrado y a partir del cuarto año, su poder empieza a mermar, forzado, entre otras cuestiones, porque los grupos en torno a la sucesión muestran su movimiento.

Los dos primeros años son de acomodo, de marcar rumbo, de tomar nota de los errores del anterior e ir escupiéndolos, de marcar territorio, de decirle al pueblo que lo hecho por el que ya se fue no fue bueno y él puede hacerlo mejor.

Usualmente cuando el gobierno y la autoridad municipal de la capital son del mismo partido, no son del mismo grupo, y los acuerdos derivan en darle posiciones en la capital a los grupos en contra del candidato a la gubernatura.

Por eso el siguiente “trienio” es del gobernador en su plenitud, pues tiene, si así sucede, la capacidad y la fuerza política para sugerir candidato a la Presidencia Municipal de la capital y no se diga en el Congreso.

Bajo esa premisa, el tercer año es clave para marcar el destino de la sucesión gubernamental.

El cuarto es para empezar a entregar obras, inauguraciones, resultados, recordarle a la gente por qué fue bueno votar por él.

El quinto año es para cerrar asuntos pendientes, no para terminar de pagar favores, eso lo hizo al inicio, y ordenar internamente la casa para entregar el gobierno en el siguiente año, pues el sexto, es prácticamente de tránsito, de negociar, acordar la entrega recepción con el grupo favorecido o por la designación centralista o por la voluntad del pueblo.

Quienes dividen el sexenio en tres tercios, piensan un tanto diferente.

El primer tercio es para situar al pueblo en su gestión, marcar territorio y dejar entrar un poco al anterior gobierno; el segundo tercio es el del gobernador plenamente, está en su mejor momento, goza de la fuerza, la aceptación y ya pagó las facturas de su arribo al poder; el tercer tercio es el de las despedidas…

En el caso de Puebla sobran ejemplos de las experiencias vividas.

Quizá existan dos escenarios similares donde la tradición se rompió tremendamente. Uno bajo el gobierno de Antonio Nava Castillo, truncado por su confrontación con los estudiantes y su ausencia de tacto para gobernar a una sociedad tan complicada como la poblana.

El segundo el de Rafael Moreno Valle, el general, quien dejó en manos de terceros la gestión del poder y truncó su mandato bajo la sombra de una enfermedad que lo inhabilitó y dejó la entrada de los grupos locales que llevaron al extremo las venganzas, con pésimos resultados ejemplificados en la gestión de Gonzalo Bautista O’Farrill, material y políticamente “tirado” por los estudiantes.

Ambos eventos marcaron hitos políticos en Puebla que derivaron en marcar siempre sana distancia con los poderes fácticos de la entidad, la universidad, los empresarios, los caciques, etcétera.

Miguel Barbosa está en pleno ejercicio de su tercer año de gobierno, periodo clave, en ambos escenarios, para marcar las pautas de la sucesión en un escenario un tanto diferente, el de la 4T, con tintes camoteros salpicados de ironías.

Muchos grupos empiezan a hablar de la sucesión en Puebla, la mayoría coincide en que el gobernador tiene aún la fuerza para dejar sucesor, como lo hizo el morenovallismo.

Y esta tendencia casi acaba por apagar las voces discordantes, esas que consideran que otro error como el de hace algunos años, acabará por sepultar el futuro de la entidad, basan su premisa en que “gobernador no pone gobernador” y si lo intenta las consecuencias son conocidas.

Y es que a estas alturas, la entidad goza del foco noticioso nacional e internacional por la ocupación del campus de la Udlap y la intromisión gubernamental, las complicidades de corrupción en los mandos responsables de la seguridad pública y el control del sistema penitenciario, y el brillo de la Secretaria de Economía, por lo visto y sentido, cuidada, protegida y auspiciada desde las alturas.

Otro miembro del gabinete que aprovecha todos los vacíos del poder es el de Cultura.

Bueno, hasta la feria del tamal en Zacatlán tendrá el sello de la SC, mientras en la prensa nacional se cuestiona la intromisión en la vida económica y académica de la Fundación Jenkins y su principal producto: la Udlap.

O por lo menos, así me lo parece.

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