Por Valentín Varillas
Lo leí en su momento, pero no lo podía creer.
Chequé la fecha y no era 28 de diciembre, día de los inocentes.
Una encuesta de Reforma medía al actual alcalde de Monterrey, Luis Donaldo Colosio Riojas, como posible presidenciable.
Y lo más curioso, salía muy bien posicionado.
Tercer lugar, con 27%, solo detrás de Marcelo Ebrard y de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
Aparece inclusive, por encima de Ricardo Anaya, quien ya compitió por la presidencia de la República.
Por semanas, para mí, se trataba de un tema meramente anecdótico.
Un ejemplo de cómo la imagen del malogrado candidato del PRI a la presidencia permanecía muy presente en el imaginario colectivo de la mayoría de los mexicanos.
Mi opinión cambió de manera radical, después de una plática reciente con personajes que saben de sobra de política, que la conocen de fondo y que tienen experiencia en el diseño y operación de campañas.
Juran que hoy, Colosio, sin mayores méritos en la política real, sin la menor experiencia y tan solo por haber heredado un nombre que sigue pesando en la historia reciente de este país, tiene posibilidades reales de convertirse en la carta de la oposición para competirle a Morena en el 2024.
Claro, siempre y cuando se consolidé una gran alianza de partidos que lleve a PAN, PRI, PRD, Movimiento Ciudadano y a algún otro mini-partido en el proyecto.
Increíble.
Colosio Murrieta podría cerrar el círculo que dejó abierto en el 94, aun estando muerto.
Porque el voto sería por él, por su recuerdo, por lo que queda de su imagen y por un supuesto legado con el que se ha lucrado por décadas, pero que en la realidad fue únicamente una quimera.
Algo que en teoría pudo haber sido mucho, pero que la muerte truncó.
Y en ese aspecto, también tengo mis dudas.
Colosio acabó convirtiéndose en el modelo del político ideal, sin haberlo demostrado en vida.
Su desempeño en los cargos que llegó a ocupar como diputado, senador y presidente de su partido, además de Secretario de Desarrollo Social, tal vez pudieran ser considerados como “buenos” o “muy buenos”, al grado de que el propio presidente Salinas lo designó como aspirante la presidencia.
Pero nada distinto a lo que ya habíamos visto en otros procesos sucesorios.
Tal vez, lo único distinto y lo que se supone acabo costándole la vida, fue aquel discurso que dio en el Monumento a La Revolución en donde se atrevió a enfrentar a la nomenclatura priista de la época y amenazo con romper aquella intocable simbiosis partido-gobierno que imperaba en la política mexicana de la época.
La marca Colosio y su posicionamiento se debe, únicamente al martirologio.
A su papel de víctima de un complot interno, operado desde dentro del mismo grupo político al que pertenecía, para quitarlo de en medio y evitar que perdieran sus privilegios.
Privilegios que por cierto, les arrebató sin la menor consideración Ernesto Zedillo al llegar a la presidencia.
Vaya paradoja.
Lo que vimos de Luis Donaldo Colosio en vida, no alcanza, si aplicamos el realismo más puro, para sostener la leyenda.
Mucho menos para que, a casi 28 años de su asesinato, le alcance a su hijo para aspirar seriamente a convertirse en presidente.
Es evidente que, ante la falta de liderazgos auténticos y perfiles potencialmente competitivos, la posible candidatura de Colosio Jr. sea una buena salida para la oposición.
Pero de ahí a que este joven sea la respuesta para atender las necesidades del país y superar los enormes problemas que nos aquejan y que, de darse caso, le heredará la 4T hay un enorme y difícil camino.
Sin embargo, los números que publicó Reforma en su encuesta, nos muestran que un fantasma puede ser el próximo presidente de México.