Por Valentín Varillas
La imagen, actuar y discurso del presidente López Obrador durante su participación en la cumbre de mandatarios que se llevó a cabo en Washington la semana pasada, entre otras muchas cosas nos demuestra que la famosa mañanera que ensaya todos los días, es simple y llanamente un teatro.
Una burda puesta en escena en donde el jefe del ejecutivo tiene muy claro el perfil del personaje que va interpretar.
Solo así se explica la enorme y diametral diferencia que existe en su desempeño, en uno y otro escenario.
Afuera, vimos una probadita del estadista, del mandatario con discurso coherente, directo, propositivo, bien estructurado y que denotaba una visión clara de la problemática de la región, poniendo sobre la mesa una serie de posibles acciones realistas para sentar las bases para posibles soluciones y sobre todo, un entendimiento a fondo de los retos actuales y a mediano plazo que son parte de las prioridades en la agenda entre los tres países.
Al margen de filias y fobias, de exabruptos y bravuconadas, de ocurrencias y demás escenas penosas que nos ha regalado en la aldea, diariamente y por más de tres años, AMLO representó con una sorpresiva dignidad al gobierno México frente a nuestros socios del norte.
Vamos, hasta en la imagen y en el lenguaje corporal parecía que se trataba de otra persona.
Traje de corte sobrio, hecho a base de telas finas, diseñado exactamente a la medida –saco con caída en hombros perfecta y pantalones que llegaban exactamente al nivel deseado del zapato.
Impecablemente combinado con camisa y corbata a tono, con zapatos limpios, brillantes, relucientes, inmaculados.
Algo muy distinto a lo que vemos
Aparentemente, la primera de las pruebas ha sido superada.
El gran reto, para todos, no solo para nuestro país, es pasar del discurso a la acción.
Pero mientras eso pasa, a nadie debe quedarle la menor duda de que las insufribles conferencias de prensa que se llevan a cabo en Palacio Nacional, no son ni de cerca un ejercicio de transparencia y rendición de cuentas de un gobierno, sino una serie de mini actos políticos encaminados a mantener el voto duro que lo llevó al poder.
Un menú de disparates, mentiras y dichos que tienen como único objetivo, llevarle júbilo a su fanaticada.
Decirles, simple y llanamente lo que quieren escuchar, sin importar que el discurso no empate ni de cerca con la realidad que vive el país y que en lo personal viven también quienes en teoría son su prioridad al momento de gobernar.
Seguir fomentando la división, la polarización y el enfrentamiento, que siempre han sido, son y serán, los ambientes y condiciones en donde se mueve como pez en el agua.
Etiquetando a placer, muchas veces sin las menores pruebas a quienes en teoría son hoy los enemigos de la patria.
Culpando invariablemente al “pasado” por todo, sin querernos ni podernos explicar por qué un gobierno que lleva ya tres años ejerciendo, de plano no da resultados en áreas prioritarias, importantísimas en el servicio público.
Esta comedia de vodevil llena de distractores intencionales para infantilizar el debate público y que no se debatan en los foros pertinentes los grandes temas nacionales.
Qué lástima.
Quienes votamos por un cambio radical en la forma de hacer política en México en el 2018 y en general, todos los que vivimos en este país, nos merecemos más al López Obrador de “afuera” que al penoso personaje que se empeña en interpretar en términos de política local.