23-11-2024 07:40:33 PM

Criminalizar a las víctimas

Por Valentín Varillas

Jamás pensé que la analogía pudiera tener sentido, pero es evidente que existen similitudes espantosas en la manera en la que López Obrador y el extinto Rafael Moreno Valle, han respondido en coyunturas que en su momento han afectado su imagen y las de sus respectivos gobiernos.

El trato a víctimas de delitos, por ejemplo.

Lejos de aceptar los yerros, las omisiones y las corruptelas que han permitido que los responsables vivan en un auténtico paraíso de impunidad, desde el discurso público se les criminaliza y ataca sin piedad.

Todo empezó con el manejo mediático del asesinato de miembros de la familia LeBarón en noviembre de 2019.

Más allá de un rígido pésame y un frío abrazo enviado desde la mañanera, el presidente optó por defender no sólo su muy particular estrategia de combate a  la delincuencia, sino una muy extraña primera versión oficial de los hechos.

El sugerir la tesis de la confusión, como explicación de la masacre en donde murieron mujeres y niños, desató el enojo y la inconformidad de los otros miembros de la familia agraviada.

Esta fue expresada a través de muy duras declaraciones y entrevistas realizadas en medios tradicionales y redes sociales.

De inmediato, a través de estas mismas redes, algunas cuentas empezaron a manejar masivamente mensajes en donde ponían en duda la honorabilidad de los LeBarón.

Los acusaban de tener un pasado muy cuestionado y sobre todo, de intentar lucrar políticamente con el asesinato de los suyos.

No les importó el duelo, el dolor, el infierno que viven los deudos.

Mucho menos, arremeter en su consigna en contra de mujeres y niños inocentes que jamás debieron perder la vida en un país en donde priven la ley y el estado de derecho.

Prefirieron criminalizarlos en aras de defender la imagen de un gobierno que es evidente que ha fracasado en su deber de proveer seguridad a sus gobernados.

Apenas hace unos días, llamó la atención la frialdad del presidente, al calificar como “propaganda de sus adversarios”, la nota de Reforma en donde se revela el asesinato de 56 activistas apenas a la mitad de su sexenio.

Una respuesta semejante, muy parecida, pero con la misma dureza, le dio a las madres de desaparecidos que el pasado 10 de mayo se manifestaron para exigirle al gobierno acciones concretas para dar con el paradero de sus familiares.

Y así, ante cualquier cuestionamiento hecho con datos duros, se opta por la  victimización del victimario y la condena a las víctimas.

 

 

En Puebla, cuando asesinaron a José Luis Tehuatlie Tamayo, el gobierno del estado hizo todo lo posible por desprestigiar al menor ante la opinión pública, en un intento desesperado por salvar en algo la dignidad e imagen de Rafael Moreno Valle.

Inventaron teorías increíbles, recurrieron a la manipulación de pruebas, a la tergiversación descarada de la verdad, con tal de encubrir a los policías estatales responsables de su muerte.

No tuvieron empacho en recurrir al Photoshop para inventarse imágenes en donde el niño indígena aparecía sosteniendo una manta de protesta –como si eso fuera suficiente para justificar su asesinato- cuando en realidad se encontraba jugando en un predio aledaño al lugar en donde se llevaba a cabo el bloqueo de la autopista a Atlixco.

Arremetieron también contra su madre, doña Elia Tamayo, que en ese momento vivía sus horas más oscuras; el peor infierno que cualquier ser humano puede vivir.

Cuestionaron su papel como progenitora, su nivel de amor, cariño y responsabilidad para con su hijo.

Los operadores de RMV, no tuvieron piedad y arremetieron mediáticamente con todo en contra de quienes enfrentaban un muy doloroso duelo.

Les valió madre.

Jugaron a su antojo con las instituciones del estado, manipularon y alteraron pruebas, mintieron arteramente, con el único fin de evadir su responsabilidad.

El entonces gobernador y las figuras más cercanas de su círculo familiar y político, jamás mostraron la menor empatía por el niño indígena asesinado.

Asesinato que sigue, después de 7 años, impune.

Semejanzas espantosas, aberrantes, en estilos, modos, discurso, usos y costumbres, en  estos tiempos de supuesto cambio político en México.

Y se supone que eran diferentes.

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