Por Alejandro Mondragón
La 4T está de fiesta para celebrar el tercer año del triunfo de Andrés Manuel López Obrador, en medio de una asfixiaste inseguridad, reclamos de padres de niños con cáncer sin medicamentos, la crisis económica y el coronavirus.
Estaríamos mejor con López Obrador, decían en el discurso, pero en los hechos, no.
Tres años de un proyecto ideológico de gobierno que ha polarizado para en aras de “primeros los pobres”, excluya a la clase media de los programas de apoyo.
¿Qué hay que celebrar?
¿La lucha contra la corrupción?
No hay forma ante los señalamientos de malos manejos en los programas clientelares de subsidios para los suyos y el enriquecimiento de funcionarios de primer nivel.
El presidente está feliz, feliz, feliz, pero los mexicanos enojados, enojados, enojados…
Las razones son simples. Hay un deterioro gradual de la calidad de vida, las familias por más que estiran ya no alcanza para colegiaturas, pagar hipotecas, coche y de las vacaciones mejor ni hablamos.
La realidad se impone todos los días con una presencia palpable del crimen organizado, en tanto la propaganda de la 4T establece que el país se encuentra en paz, la economía va re bien y se vive su mundo feliz.
Las pasadas elecciones refrendaron la viabilidad de la Cuarta Transformación, pero vastas zonas sociales le dieron la espalda, sobre todo en las ciudades de mayor concentración poblacional.
El problema es que ante el festejo de la 4T, la oposición se quedó sin argumentos, proyecto y razón de ser. Requiere replantearse nuevos escenarios para servir de contrapeso.
Ahora se cuidan de qué partido será el primero en traicionar a la alianza que los llevó a hacer ruido en el poder legislativo.
Pero no dan para más.
