Por Valentín Varillas
El gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, ya enloqueció.
Es evidente que algo no le está saliendo como esperaba, en la coyuntura electoral del proceso de junio próximo.
Famosas se hicieron las imágenes en donde empuja a un maestro de la CNTE que se manifestaba en el municipio de Aguililla, para exigirle seguridad, el pago de su salario y la libertad de tránsito.
Hace apenas unos días, amenazó a través de mensajes enviados desde su teléfono celular al candidato de Morena a la gubernatura, Alfredo Ramírez Bedolla y a su vocera, Giulianna Bugarini.
Ambos hechos, demuestran que el mandatario estatal está desesperado.
Por eso, tiene razón Mario Delgado, el presidente nacional del partido en el poder, cuando denuncia públicamente la intervención directa de Aureoles en el proceso electoral y pide que se apliquen las sanciones correspondientes.
Qué lástima que Delgado no vea, que el presidente de la República lleva haciendo prácticamente lo mismo desde hace semanas.
Que ha convertido la famosa “mañanera” en un burdo acto panfletario en donde sistemáticamente se atacan a los enemigos políticos del Movimiento de Regeneración Nacional.
Que el propio jefe del ejecutivo federal, haciendo pedazos su investidura, se ha convertido en el coordinador de campaña de los candidatos de Morena a nivel nacional.
Y que, como sucede en el caso del gobernador de Michoacán, interviene directamente en el desarrollo del proceso electoral.
¿Conclusión?- todos son iguales.
Hacen lo mismo y están dispuestos a violar los postulados de la ley electoral, con tal de sacar una ventaja competitiva en la próxima elección.
¿Cuál cambio?
La alternancia en México se ha encargado de demostrarnos con toda crudeza que, gobierne el partido que gobierne, existen mañas, trampas y corruptelas que se han convertido en las instituciones más sólidas de nuestro entramado “democrático”.
El uso faccioso del cargo público y de los programas sociales que operan los distintos niveles de gobierno, son y han sido una realidad que tiene un peso específico importante en la determinación de ganadores y perdedores en una elección.
Y eso, no ha cambiado ni cambiará.
Estos “usos y costumbres” políticos ya están muy arraigados en el ADN de nuestros servidores públicos a todos los niveles y se aplican a rajatabla aplicando aquella máxima de que, con tal de ganar, el fin justifica y justificará cualquier medio.
Lo peor es que, si hacemos un poco de introspección, nosotros como sociedad aplicamos criterios y lógicas muy similares en nuestro actuar cotidiano.
Pedimos en lo público lo que no estamos dispuestos a dar en lo privado.
Una monumental incongruencia.
Sí, aunque nos duela, nuestros políticos y servidores públicos son un crudo reflejo del tipo de ciudadanos que los llevaron al cargo y que hoy nos representan.
Tenemos, tristemente y con todo lo que ello implica, los gobiernos que nos merecemos.
Nada más.