Por Valentín Varillas
Todas las encuestas publicadas a lo largo y ancho del país, muestran todavía altos niveles en el rubro de “indecisos”.
Tanto en los cargos de elección popular que estarán en juego en el ámbito estatal, como en la conformación del próximo congreso federal.
Imposible saber si esta indecisión será directamente proporcional al nivel de participación ciudadana en el próximo proceso.
Históricamente, sí ha existido una liga muy clara entre quienes afirman no saber todavía por qué partido y candidato votar y su ausencia en las urnas.
Ambos indicadores han caminado de la mano.
Y en este 2021 pareciera que existen razones de sobra para quedarse en casa el primer domingo de junio.
Tenemos los mexicanos preocupaciones mucho mayores que la lucha de los partidos por el poder.
Las consecuencias económicas y sanitarias de la pandemia, por ejemplo.
Además, el bajísimo perfil de candidatos y el ínfimo nivel del debate político que se espera, ahuyentan a los votantes de las urnas.
No ayuda tampoco, el discurso oficial que se ha ensayado desde el gobierno federal.
La descalificación sistemática de los organismos electorales generan desconfianza en el árbitro de la contienda, condición fundamental para que el ciudadano se anime a votar.
La famosa “mañanera”, se utiliza sin pudor para este fin, lo que la ha degradado a un burdo acto panfletario encaminado a proteger los intereses electorales del partido en el poder.
Poco a poco, con mayor intensidad, escucharemos frases, análisis y números que intentarán vender que está ya todo escrito, que el status quo se mantendrá, que está garantizada la continuidad y que la elección en los hechos es simplemente una cuestión de mero trámite.
Un engorroso asunto burocrático.
En este complicado contexto, la autoridad electoral tendrá que cumplir con su obligación de llevar a cabo todas las acciones de promoción al voto que estén en sus manos.
Ganarse a los ciudadanos a pesar de la embestida oficial y convencerlos de participar, parece hoy una tarea titánica.
En nosotros está la decisión, más allá del lugar en que nos encontremos en el amplio espectro de la preferencia electoral.
El nivel de abstencionismo en el proceso que viene, será directamente proporcional al nivel de desencanto que tenemos hoy los mexicanos hacia la política.
Los partidos políticos, dueños absolutos del monopolio de la competencia electoral, muestran un rechazo de más de dos terceras partes del electorado, de acuerdo con la última encuesta que sobre “confianza” publicó el diario Reforma.
Demoledor.
Y no parecen estar muy preocupados por esto.
Al contrario.
Su falta de propuesta, discurso y liderazgos, resulta preocupante.
Ellos tendrían que ser los principales fomentadores del voto.
No con frases hechas ni lugares comunes, como lo han hecho siempre y como ya lo hacen en estas campañas, sino con un cambio radical en sus prácticas, acciones, usos y costumbres.
Lejos estamos de que esto suceda.
Por eso, hoy más que nunca, vale la pena la reflexión.
A pesar de todo ¿cuántos nos vamos a animar a votar?