Por Valentín Varillas
Pronto, muy pronto, podría empezar a hacer mucha falta el dinero que los connacionales que viven en los Estados Unidos envían a sus familiares en sus comunidades de origen.
Por décadas, las remesas han sido el sostén económico de millones de mexicanos y un auténtico pilar para el país.
Según el Banco de México, el año pasado, el dinero enviado desde el extranjero por migrantes alcanzó una cifra récord de más de 36 mil millones de dólares, lo que representa un aumento del 7% con respecto al 2018.
El monto fue superior al de la Inversión Extranjera Directa (35 mil millones) y al de las exportaciones petroleras (26 mil) e inclusive, llegó a estar por arriba de los ingresos captados en México por la actividad turística.
El único concepto por el cual ingresaron más divisas del extranjero, fue el de las exportaciones automotrices con cerca de 150 mil millones de dólares.
Así de importantes han sido para la realidad económica nacional.
Las remesa han mantenido un crecimiento sostenido desde el 2013, lo que sin duda es un reflejo de la buena marcha de la economía de los Estados Unidos.
Una dinámica que sin duda, se romperá en este 2020 como consecuencia del Covid-19.
El desempleo en ese país alcanzó ya sus niveles más altos desde la Gran Depresión de la década de los treinta, al ubicarse en 14.7% el pasado mes de abril.
Los cálculos más conservadores establecen que cerca de 21 millones de norteamericanos se han quedado sin trabajo por el cierre de todo tipo de empresas y negocios.
Los mexicanos con residencia legal en la Unión Americana y que siguen ayudando a sus familias en México, están considerados en esa cifra y son ya parte de las estadísticas.
Muchos otros no.
Los indocumentados viven una realidad similar, han perdido su fuente de ingresos pero oficialmente no existen.
No hay registro de ellos.
Son auténticos fantasmas que se quedarán al margen de los diferentes programas de apoyo a trabajadores, que ha anunciado el gobierno del presidente Trump.
Pero sufrirán sin duda, de la peor manera los efectos de la pandemia.
Sus comunidades serán también un daño colateral.
Pagarán los platos rotos en ambos lados de la frontera.
Un escenario complicado, demoledor, con oscuros nubarrones que anticipan una tormenta atípica, única, sin precedentes, cuyos saldos se dejarán sentir con toda crudeza por varios años.
Peor, imposible.