Por Valentín Varillas
La crisis es mundial, pero en México se vive y ataca de manera distinta a la de otros países.
En el ámbito público y privado.
Para bien o para mal –solo el tiempo lo dirá- aquí las cosas se manejan desde una óptica muy particular.
Desde el gobierno, por ejemplo.
Hemos ido a contrapelo de la tendencia global en muchos aspectos, lo que nos coloca en la muy delgada frontera que separa la genialidad innovadora de la imbecilidad rampante.
La moneda que define de qué lado caeremos, sigue en el aire.
En lo económico, no las jugaremos con recursos propios en lugar de recurrir al apalancamiento, para enfrentar los efectos de la monumental crisis que ya asoma la cabeza.
Serán prácticamente nulo los apoyos y estímulos fiscales para apoyar las micro y pequeñas empresas, responsables de la generación de la enorme mayoría de empleos.
También los profesionistas independientes y emprendedores nacionales quedarán a la deriva.
Como país, recortaremos únicamente menos de la cuarta parte de la producción de petróleo considerada por el resto del mundo como la “óptima” para que los precios del hidrocarburo se nivelen en el corto plazo y compensen las dramáticas caídas de las últimas semanas.
La diferencia será aportada por Estados Unidos, con la venia del presidente Trump, que ha anunciado ya que en su momento nos cobrará la factura.
La soberanía energética en tiempos del Covid-19.
En lo que a la salud se refiere, pasamos en tiempo récord de la “crisis transitoria” a la Emergencia Sanitaria.
Las optimistas frases del presidente no encajaban con la realidad que empezaba a vivirse en el país en materia de contagios.
Mientras en el discurso se conminaba a la población al confinamiento, el jefe del ejecutivo federal invitaba a los abrazos y mantenía sus eventos públicos en donde se concentraban importantes cantidades de personas.
Hasta que la crisis los alcanzó y tuvieron que meterse en cintura.
Luego, las dudas sobre la veracidad de las cifras, mientras en el resto del planeta nadie cuestiona las versiones oficiales decretadas por sus autoridades.
La pandemia también nos ha mostrado la cara más dura de la falta de credibilidad institucional.
Esa que se vive en México desde hace muchas décadas y que se explica históricamente por los efectos de los malos gobiernos, que invariablemente utilizaron la mentira como forma única de comunicarse con sus gobernados.
Mientras los habitantes del mundo cierran filas para enfrentar unidos la pandemia, en México, el Covid-19 profundiza la fractura y la división.
Un gobierno que ha encontrado en la polarización el método idóneo para mantener su blindaje y afianzar su voto duro, de la mano de una oposición que ante la falta de proyecto propio, le apuesta únicamente al fracaso de la llamada 4T, sin importar las enormes consecuencias que este pudiera tener para el país.
Este enfrentamiento ha trascendido lo político y hoy se vive entre distintos sectores de la vida pública y privada nacionales, en teoría al margen de la lucha de partidos.
Como sociedad, también hemos dado la nota.
México es uno de los países que, en porcentaje poblacional, menos respeta el llamado a quedarse en casa.
Indignantes han sido las imágenes de vacacionistas que han acudido a centros turísticos a pesar del peligro de contagios masivos, mientras en el resto del mundo lucen desolados.
También las de aquellos “fieles” que han asistido masivamente a los eventos religiosos de la temporada o bien que se dan cita en las festividades populares de sus respectivas comunidades, cuando inclusive los máximos jerarcas de su religión han optado por los ritos a distancia.
El colmo han sido aquellos idiotas que se han atrevido a agredir a personal médico encargado de la atención de los infectados.
Los auténticos héroes de esta contingencia que, con muy pocos recursos, arriesgan la vida propia para salvar la de los demás.
En otros lugares reconocen su labor, les aplauden de pie y agradecen su sacrificio.
Pareciera que como sociedad no hemos entendido nada y esperamos que los gobiernos hagan todo por nosotros.
Ojalá que, así como exigimos, estuviéramos dispuestos a dar.
México vive pues, una realidad muy sui-géneris en estos tiempos difíciles.
Hasta el momento: ni mejor ni peor, solo diferente.
Del milagro mexicano al despeñadero hay solo un paso y muy pronto sabremos si nuestro destino pasa por la gloria o el infierno.