Por Valentín Varillas
Es evidente que el saludo presidencial a la madre de Joaquín “El Chapo” Guzmán no es prueba fehaciente, de que el actual gobierno federal se haya rendido o bien haya pactado con el Cártel de Sinaloa.
Este hecho no es ni siquiera comparable con el nivel de infiltración que este grupo delictivo llegó a tener en el sexenio de Felipe Calderón.
El proceso legal que se lleva a cabo en Estados Unidos en contra de Genaro García Luna no deja lugar a dudas.
Si la administración de AMLO está entregada a la delincuencia, como muchos ya aseguran, tiene que ser demostrado con hechos fehacientes y ante las instancias jurídicas correspondientes.
Aquí o en el extranjero.
Imposible concluir a estas alturas si se va a llegar o no a niveles similares a los del calderonismo.
Hasta el momento, no hay evidencia concreta, desde el punto de vista legal, de lo anterior.
Sin denuncias, sin investigaciones oficiales, todo cae en el terreno de la suposición, la especulación y el maniqueísmo.
Sin embargo, más allá de lo legal, existe un simbolismo obvio en el hecho, que pega directamente en la imagen del presidente y que sin duda es y será utilizado por sus opositores como materia prima para el golpeteo.
Y lo peor, sin ninguna necesidad.
En el imaginario colectivo de millones de mexicanos, el saludo a la mamá de “El Chapo”, el trato familiar del presidente con su abogado y la posterior comida con él, lo igualan con Calderón.
Insisto, dista mucho de ser lo mismo, pero en el terreno de la percepción resulta demoledor.
López Obrador ha hecho trizas la principal característica que lo diferenciaba en imagen con sus antecesores: la supuesta ausencia de pactos inconfesables con quienes tanto daño le han hecho al país.
Y sus asesores saben de sobra que el jefe del ejecutivo cometió una pifia monumental.
Que una acción como esta resulta un suicidio cuando tu blindaje se ha ido adelgazando sistemáticamente.
Cuando la frialdad de los números indica que ligas ya meses a la baja en términos de popularidad y aceptación y que no se ve cómo pudiera llegar a aquellos niveles con los que empezó su administración.
La explicación, dada a conocer en la mañanera es peor.
El presidente se viste con el traje de la sensibilidad, como justificación al saludo, cuando ha sido especialmente duro con otros importantes sectores de la sociedad.
Jamás mostró empatía alguna por las madres de los niños con cáncer que exigían los insumos necesarios para su tratamiento.
Tampoco por las víctimas de la violencia, disparada a niveles históricos en su primer año de gobierno.
Mucho menos por las mujeres que se manifestaron en contra de las condiciones de violencia que enfrentan todos los días y que se atrevieron a gritar que en México las están matando.
El paro nacional organizado el 9 de marzo pasado, fue motivo de críticas y hasta de burlas presidenciales en sus tradicionales mañaneras.
Siempre, bajo la óptica del ataque conservador que asegura, pretende derrocarlo.
Siempre dividiendo, fracturando, polarizando y culpando al pasado.
Inclusive en momentos de emergencia nacional.
En el año y meses de esta 4T, ha quedado muy claro que el presidente va por la libre.
Que sus colaboradores y asesores, por muy especialistas que sean en el tema de la comunicación política y el manejo de crisis, son en los hechos un cero a la izquierda.
Figuras decorativas que simplemente llenan los cargos considerados en el organigrama de la administración pública federal, que no tienen la menor influencia en los dichos y hechos de López Obrador.
La apuesta es arriesgada, casi suicida en estos tiempos en donde la tecnología permite captar todo y difundirlo masivamente en segundos.
Aun así, el presidente no va a cambiar porque ni siquiera se lo plantea.
El cree fehacientemente que los más de treinta millones de votos obtenidos en las urnas lo ungen con el don de la infalibilidad.
Que no se equivoca.
Que no hay manera.
Y que si en un momento dado pierde eficacia su indiscutible legitimidad, cuenta con el favor divino que lo protege de todo mal.
Como se ve el panorama para el país en el corto plazo, no se ve cómo le pueda alcanzar.