Por Alejandro Mondragón
El 2021 ya se juega en el 2020. La trascendencia de la Cuarta Transformación enfrenta, además de la inseguridad palpable, al coronavirus.
Del desenlace que se tenga dependerá todo. Un margen de error puede condenar el modelo que se impulsa desde la izquierda.
Quizá aquí radica el afán del gobernador Luis Miguel Barbosa de mantener el control del quehacer público sobre la pandemia. No dejar espacios a la duda o que otras fuerzas pretendan dominar el escenario con otros fines ajenos a la 4T.
Las fuerzas opositoras presionan, un día sí, y el otro también, para que se cierre todo, paralizar al gobierno y afectar la economía. Se regocijan con el alza del dólar, la caída de los petroprecios y el derrumbe de las bolsas de valores.
El argumento es simple: la 4T quedó rebasada ante la pandemia y ello repercutirá en las urnas. Una posición política entendible, pero injustificable cuando se pretende salvar vidas.
En Europa no se hizo la tarea a tiempo y en Estados Unidos hubo lentitud, sobre todo porque aún se vivía el invierno, escenario propicio para la expansión del coronavirus. En México, la sociedad rebasó al poder. Ver al presidente Andrés Manuel López Obrador negarse a todo y seguir con su política populista, prendió los focos rojos.
Y en los estados se adelantaron las medidas que forman parte de la fase 2 para enfrentar la pandemia. Pero está claro que el fracaso de las acciones de los gobiernos de Morena serán el éxito de otros.
Puebla virtualmente quedó encapsulada. Escuelas, oficinas de gobierno, empresas y centros de reunión masiva ya se prepararon. La espera será larga, aunque se han establecido los protocolos a regañadientes de muchos.
De que llegará el coronavirus con toda fuerza, lo hará. No existe antídoto, más que el distanciamiento social para debilitarlo.
Que el egoísmo político no se apodere de la salud de todos y todas. Ya habrá tiempo para partirse la madre, ahora nada más nos queda esperar y esperar.
