Por Valentín Varillas
La nueva calentura política del senador Alejandro Armenta, que asegura estar dispuesto a competir por la candidatura de Morena a la presidencia municipal de Puebla, hay que analizarla en el contexto del proceso de renovación de la presidencia nacional del partido de López Obrador.
La apuesta del marinista es que, una vez terminados los desencuentros internos, pueda colarse un nuevo presidente del CEN que permita el fortalecimiento de Ricardo Monreal, nuevo padrino político de Armenta.
En su lógica, si el zacatecano o alguno de sus alfiles se cuela al centro neurálgico de toma de decisiones en Morena, las posibilidades de amarrar la nominación y jugar por la alcaldía el próximo año, aumentan de manera exponencial.
Cruza los dedos para que el escenario sea muy distinto al del 2019, cuando, por arte de magia, Armenta encontró los arrestos necesarios para decidirse a buscar la candidatura al gobierno del estado.
Ya muerto el morenovallismo como grupo hegemónico en Puebla, él y sus aliados se armaron de la “valentía” necesaria para gritar a los cuatro vientos que había proyecto político y que éste pasaba por la jefatura del ejecutivo local.
Proyecto que, se quedó en etapa de gestación, al enfrentar la oposición de la dirigencia nacional del Movimiento y los principales liderazgos del partido, quienes siempre consideraron que el perfil de Miguel Barbosa aumentaba sus posibilidades de ganar.
Y no se equivocaron.
Ya pasado el trago amargo, Armenta y compañía intentarán regresar por sus fueros.
Acompañado en su periplo por las caras visibles del “anti-barbosismo”, enquistado en Morena y sus partidos aliados, la cuesta parece igual de empinada que la del 2018.
Y es que, más allá del resultado del proceso interno de Morena -un auténtico volado-, será muy difícil que, como candidato, obtenga el apoyo del actual grupo político que gobierna el estado.
El beneficio de la operación política y de recursos desde el poder, es una ventaja competitiva que sí influye directamente en la determinación de ganadores y perdedores en los procesos electorales actuales.
Si no van con Armenta ¿a quién apoyarían entonces?
Un beneficiario potencial de la teoría “cualquiera menos Armenta” podría ser Fernando Manzanilla, un perfil que aparentemente acabó enemistado con el barbosismo, pero que fue señalado por el propio gobernador -después de su salida del gabinete- como un probable candidato de su partido a la alcaldía.
Es más, descartó de antemano que pudiera competir bajo las siglas de algún otro instituto político.
Si no es el exjefe del gabinete, el gobernador optaría por dos perfiles antes de apoyar a Armenta, ambos sin embargo, están muy lejos de convertirse en productos electoralmente rentables.
Por un lado, Gabriel Biestro, líder del congreso y hombre de todos sus quereres y confianzas.
Por el otro, Olivia Salomón, la Secretaria de Economía y consentida del gabinete, quien goza de una intensa, importante y permanente exposición pública y mediática.
La atracción de reflectores hacia ella, pareciera tener la intención de posicionarla en el imaginario colectivo del poblano, para llegar así a niveles de conocimiento que le permitieran ser considerada para la postulación.
Las aspiraciones de Armenta pueden ser, otra vez, factor de división y encono al interior del partido en el gobierno.
Las heridas del 2019 están muy frescas y parecen lejos de cicatrizar.
Si Morena llega partido, lastimado, a la elección del próximo año, se ve muy complicado que pueda repetir los triunfos electorales que lo colocaron como fuerza política hegemónica en Puebla.
Que empiece la carnicería.