Por Jesús Manuel Hernández
“El instinto de dominación es la primera cualidad del ambicioso. Todo el que quiera dominar dominará, ya que en todos los terrenos el mundo sólo cuenta con los que pretenden algo. Por tanto, en general vale más tener ambición que aptitudes.
“El instinto de dominación es una de las leyes morales que explican la existencia de las sociedades políticas. Cada hombre en particular cree en su capacidad y quiere ejercer su imperio. Uno acepta la dominación de alguien para ejercerla a su vez; de ahí las jerarquías sociales”.
Las anteriores líneas corresponden al texto del Libro II: Del poder y de la ambición, que forman parte de “El Arte de Medrar” de Maurice Joly, también conocido como “Manual del Trepador”.
La lectura se hizo en referencia a los hechos observados los últimos días en el relanzamiento de la campaña de José Antonio Meade; la oferta de ser puente de plata de los empresarios para amarrar a Ricardo Anaya con Peña Nieto para frenar a López Obrador y en el coqueteo que el propio Anaya ha venido haciendo con Margarita Zavala.
En el escenario se observa a un López Obrador totalmente equilibrado entre su ambición y capacidad de dominio, los números no mienten. Anaya muestra sus aptitudes y su ambición, pero los números aún no le dan para ponerse enfrente del líder; y Pepe Meade, pese a tener las aptitudes necesarias, no acaba por despertar a sus seguidores quienes no le ven instintos de ambición por ser presidente.
Los cambios en el PRI responden sin duda a la necesidad de despertar la llama interior de los candidatos, a no sentirse derrotados ni negociados, se les ha notado sin excitación interior, sin impulsos para actuar, emprender, sin la mirada del tigre, para ganar el proceso… y el tiempo avanza.
En la aldea poblana también se cuecen habas. El candidato de Morena, Barbosa, demuestra ambición e instinto de dominación, cree en sí mismo, en su capacidad de ejercer el poder y forjar su imperio.
Enrique Doger, luego de sacudirse estorbos, demuestra que hay jerarquías sociales y políticas y aumenta el discurso que le abra espacios para ser tomado en cuenta como apto para dominar, y ese instinto, en su caso es natural, de ahí que afine las aptitudes y refuerce el trabajo por tierra.
En cambio, la esposa de Moreno Valle, sigue al pie de la letra un guion, está alineada a un script fabricado por alguien ajeno a su aptitud y a su grado de ambición, de donde se hace necesaria la intervención del vocero experto y palomeado por el ex gobernador. Sabe que está arriba, pero no acaba de convencerse de que ella es el proyecto y no la extensión. Y mientras tanto el tiempo también avanza en Puebla.
O por lo menos, así me lo parece.