No sólo México sino los países en general fueron puestos a prueba con esta epidemia de influenza, la cual demostró que pese a las advertencias de la Organización Mundial de la Salud, los gobiernos no están preparados para hacerle frente a este tipo. No hubo una adecuada detección del mismo y, en consecuencia, fallaron las medidas para darle un tratamiento adecuado a los enfermos y acotar su propagación.
En los laboratorios de Canadá y Estados Unidos detectaron la nueva cepa, pero no se clasificó adecuadamente de ahí el nombre erróneo inicial de “influenza porcina”, y también al determinar si había o no un tratamiento médico-farmacéutico idóneo.
Y en México por consiguiente, el sistema de salud no respondió del todo a las necesidades. Se carecían de laboratorios para realizar las pruebas mínimas, durante el momento más álgido de la epidemia las muestras eran enviadas a los países del norte, lo que retrasaba -en parte- el tratamiento y de ahí el baile de las cifras de la Secretaría de Salud en cuanto a enfermos y muertos.
Si bien la presencia del virus obligaba a evitar su rápida propagación, también es cierto que la falta de preparación y de recursos en México llevó a aplicar al pie de la letra el protocolo de la OMS en caso de epidemia (difundido a principios de esta década a partir de la epidemia de gripe aviar y del SARS). De ahí lo extremo de las medidas que tendrán por un buen tiempo severas repercusiones económicas.
El sistema de Salud Pública reflejó fehacientemente sus carencias, tantas veces señaladas. No hay educación ni responsabilidad de la población en cuanto a hábitos mínimos de higiene y es proclive a la automedicación.
Falta preparación técnica y desarrollo de habilidades del personal “técnico médico” (los que tienen el primer contacto) para recibir y atender a los enfermos, esto ocurre tanto en el sector privado como en el público.
Las instituciones públicas de salud, concretamente el Instituto Mexicano del Seguro Social, reflejaron sus carencias en todos los sentidos, resultado de años de escatimarle al IMSS cuotas (sector privado) y presupuesto (funcionarios). El debilitamiento en el que está inmersa la institución no se resuelve con la “privatización” que desde hace tiempo demandan ciertos grupos del gobierno y del sector privado.
Esta emergencia de salud pública -que no por superada se elimina el riesgo latente de que haya un rebote de la influenza humana- debe llevar a un verdadero replanteamiento de la política pública sobre salud y economía por parte del gobierno mexicano.
Tiene que ser una política proactiva y no tanto reactiva -como suele suceder- que parta de lo básico: educación a la población sobre hábitos higiénicos en casa, escuelas, fábricas y en la calle; preparación sólida de los profesionales del sector salud desde enfermeros hasta médicos especialistas, no sólo con conocimientos técnicos sino éticos; además, que incluya esa política pública el fomento a la investigación en serio (no sólo de palabra).
Y en lo económico, también se precisa de un replanteamiento para que todos los mexicanos tengan acceso a la salud, que se ejerza ese derecho tantas veces enunciado pero muy pocas ejercido.
La población es un reflejo claro de que la economía no funciona del todo bien, que los beneficios de la globalización sólo los ven y gozan unos cuantos. El índice de desempleo, los bajos ingresos, limitan cualquier posibilidad de una mejora en la calidad de vida, pues de entrada se carece de una adecuada nutrición, se merman las posibilidades de estudio.
Las cifras oficiales ahí están, y no son nada alentadoras. Hay 50 millones de mexicanos sumidos en la pobreza; al menos unos 20 millones se desempeñen en la economía informal, otros tantos obtienen un ingreso mínimo para sobrevivir con dos o tres trabajos, y sólo unos cuantos tienen un calidad de vida aceptable.
Mientras, superada la emergencia sanitaria habrá que estar pendiente de un posible rebote.
Y en lo económico, remontar esta caída será muy muy difícil, por más que los mercados hayan reaccionado de forma positiva los dos últimos días. Para la población será una cuesta arriba complicada pues arrastra salarios bajos, el fantasma del desempleo, y sin que el gobierno se decida a soltar el presupuesto “anticrisis” tantas veces anunciado desde finales del año pasado.
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