Por: Valentín Varillas
Imaginemos escenarios.
Supongamos -únicamente para efectos de este texto- que el barco priista sigue hundiéndose, irremediablemente, en lo que resta del sexenio y que la intentona “peñista” de imponer un incondicional en Los Pinos se complica de tal manera que llega a niveles de auténtica imposibilidad.
Ante el crecimiento constante de la figura de López Obrador -villano favorito del “establishment” económico y político del país-, se vuelve imperativo para el grupo gobernante abrirse a la posibilidad de alcanzar, nuevamente, una serie de acuerdos que impidan a como dé lugar su victoria en el 2018.
Este es el escenario favorito del gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, y sus estrategas electorales.
Es la base sobre la que descansan el trabajo y la operación proselitista que lleva a cabo ya, abiertamente, en varios estados del país y la que, bajo su lógica, se convertirá en breve en el pasaporte que le permitirá competir por la presidencia.
Es cierto que Moreno Valle ha sabido ganarse la confianza del presidente y su grupo.
Utilizando el más frío pragmatismo, se convirtió en uno de los aliados más valiosos e incondicionales del mexiquense, muy por encima de gobernadores emanados del PRI.
Impidió la salida del PAN del Pacto por México, apoyó y operó desde la presidencia de la Conago las reformas estructurales que en ese momento discutía el legislativo federal y favoreció con obras negocios y canonjías a aliados (socios) presidenciales como los Hank, Hinojosa y Peñaloza.
Peña tiene bien claro que, de llegar a un acuerdo con Rafael, su tranquilidad y la de los suyos está garantizada.
Sin embargo, el poblano no es la única carta para formar un bloque anti-AMLO que le permita a él y su círculo más cercano gozar de impunidad absoluta por los siglos de los siglos.
El grupo que llevó nuevamente al PRI a Los Pinos, el salinista, tiene también un pasado de amarres y negociaciones políticas de altísimos vuelos con el calderonismo.
Vicente Fox, salinista de hueso colorado, fue fundamental en la operación del fraude electoral que llevó a Calderón a la presidencia en el 2006.
El PRI -según Álvaro Delgado en el prólogo de su libro El Amasiato- habría aportado 200 mil votos de sus miembros, para cerrar la elección de tal manera que se resolviera en tribunales, en donde la influencia del presidente en turno tiene un peso específico muy grande.
La permanencia a sangre y fuego del PAN en el poder, generó una nueva factura a pagarse seis años después.
Calderón abandonó a Josefina Vázquez Mota y sumó desde la presidencia apoyos fundamentales para la campaña de Peña Nieto.
Empresarios, medios de comunicación, sindicatos oficialistas como el magisterial y hasta operadores incondicionales del panista, abonaron al regreso del tricolor a lo más alto del poder político nacional.
¿Toca ahora devolver el favor?
Nada mejor, en la lógica de Felipe, que la retribución a semejantes favores se hiciera para apuntalar el proyecto presidencial de su esposa.
En este contexto, ¿cuáles de estos pactos pesarán más a la hora de la decisión final?
¿Han caducado o no los acuerdos con el calderonismo?
¿Habrá llegado la hora de buscar otros aliados y generar otro tipo de compromisos?
¿Abonará a favor de Rafael su ADN priista?
Para llegar a este escenario falta mucho, pero la situación social, económica y política del país, aunado a la bajísima popularidad y aceptación del presidente actual, lo vuelven cada vez más probable.
Lo peor para el peñismo es que tienen por delante todavía más de dos años en caída libre.