Por: Valentín Varillas
Más allá del aplastante triunfo electoral obtenido en las urnas el 5 de junio pasado, en los números finales y el desarrollo del proceso, existen señales de mucha valía para quien gobernará el estado a partir del primer día de febrero del 2017.
La victoria es incuestionable desde la óptica del principio básico de la democracia: ese que asegura que gana quien más votos obtiene, sin embargo, sería un terrible error basar acciones y proyectos en una visión tan simplista que se base única y exclusivamente en la máxima de “yo gané”.
El morenovallismo logró su objetivo cortoplacista de mantenerse, aunque sea por un corto período, en el poder.
De dar continuidad al actual estilo de gobierno y mantener en lo más alto del poder político y el servicio público a personajes claves para el presente y el futuro de Rafael Moreno Valle.
Cumplió al hacerlo arrollando al contrincante, eliminando el riesgo de acudir a tribunales.
Todo bien, pero con un pequeño detalle: la mayoría de los poblanos que estuvieron en posibilidades de votar por el próximo gobernador poblano, simplemente no lo hicieron.
Más de 2 millones 200 mil electores potenciales (55.32%), si bien no quisieron manifestarse por un cambio político en el estado, tampoco le refrendaron su confianza al grupo en el poder.
Por más obras faraónicas, por más acciones impactantes, por más propaganda mediática.
El dato es demoledor: el abstencionismo derrotó al candidato ganador por 10 puntos porcentuales, lo que representa un aproximado de 180 mil votos.
El fenómeno, en el caso de Puebla, contrasta contundentemente con lo sucedido en otros estados.
La participación promedio en entidades federativas donde hubo elecciones en junio fue del 53.4%, un 9 por ciento mayor que en el proceso local (44.67%).
La apatía poblana puede ser multifactorial, pero es evidente que aquí, los ciudadanos no se volcaron entusiastas a apoyar a quienes hoy gobiernan.
A esta realidad abona también la falta de otras opciones convincentes.
Las ofertas electorales de la oposición no fueron malas, fueron pésimas y se vieron incapaces de ofrecer opciones atractivas para los votantes.
Es normal que en la borrachera triunfalista, mediática y política, estos números hayan pasado desapercibidos o bien, que se intente minimizar su verdadera importancia.
Sin embargo, para el gobernador electo y sus asesores, la radiografía completa de la jornada electoral contiene información valiosa para la conformación de un programa de gobierno completo, integral, que contemple alternativas reales para los problemas prioritarios del estado y que se plantee dar resultados inmediatos en aras de sumar y convencer a la mayoría que no eligió a la opción ganadora para gobernar Puebla.
Gali, a diferencia del resto de los gobernadores electos, tiene la posibilidad histórica de cabildear legal, operativa y presupuestalmente los programas prioritarios de su administración, durante el larguísimo período de transición y echarlos a andar desde el primer día de su gobierno.
Nadie ha contado con esa enorme ventaja.
Ventaja que se obtiene únicamente cuando un gobernador logra imponer a su sucesor.
Ojalá la aprovechen.