Secretario General del Movimiento Antorchista Nacional
Muchas voces en los medios, entre ellas la del Presidente Calderón, afirman rotundamente que no hay nada que temer frente a la muy anunciada “desaceleración” (o “recesión”, que en esto hay desacuerdo entre los opinadores) de la economía norteamericana. Se dice y se repite que hoy estamos mejor protegidos que nunca antes para resistir un impacto de la magnitud del que se anuncia, en virtud de que los indicadores principales de nuestra economía se encuentran en niveles óptimos y, además, porque el gobierno dispone de recursos suficientes para inyectar en las ramas productivas de mayor impacto en el empleo y en el crecimiento económico en general, tales como la construcción de infraestructura, de vivienda y las actividades relacionadas con el turismo. Sin embargo, no es indispensable ser un experto en la materia para darse cuenta de los puntos flacos de estos argumentos y de las medidas que se anuncian para calmar y dar seguridad a las ya muy alarmadas y golpeadas clases populares.
En primer lugar, resulta por demás evidente que una desaceleración (y con mayor razón una recesión franca) de la economía de Estados Unidos, se traducirá inevitablemente en una menor demanda de los productos (materias primas, materiales semielaborados o artículos terminados) que habitualmente consume en tiempos de bonanza. Aquí, el único “blindaje” efectivo sólo puede consistir, o bien en un previo nivel bajo de exportaciones de dichas mercancías a ese país (caso que está muy lejos de ser el nuestro, ya que el 85% de nuestras ventas al exterior van para allá), o bien en una rápida diversificación de los mercados extranjeros de nuestros productos, algo prácticamente imposible de lograr en el corto plazo. Y eso en el supuesto de que tales mercados existieran y de que tuviéramos la voluntad política y las condiciones favorables para disminuir nuestra tradicional dependencia respecto del mercado yanqui, cosas ambas que aun estarían por verse. Por lo tanto, no queda más remedio que concluir que, si la crisis norteamericana se da, traerá como consecuencia fatal la desaceleración (y en los casos más graves incluso la quiebra y el cierre definitivo) de muchas empresas exportadoras mexicanas; de ahí se seguirá una menor demanda de los insumos que utilizan éstas y el lanzamiento de muchos trabajadores a la calle, con lo cual descenderá la demanda de todos los productos de consumo masivo. En resumen, que será también inevitable el contagio de la crisis a todas las demás ramas de la economía. El “blindaje” de que se nos habla, esto es, la inversión pública en infraestructura (presas, caminos, carreteras, puentes, etc.), en vivienda y en turismo, sólo atemperará, y eso siempre y cuando alcance el monto necesario, los efectos negativos del desempleo masivo, pero nada absolutamente podrá hacer en relación con el debilitamiento del sector exportador y con el contagio de la crisis al resto de la economía.
La caída de las exportaciones tendrá todavía otro efecto negativo: la fuerte disminución en el ingreso de divisas, es decir, de dólares, que son necesarios para la adquisición, en el extranjero, tanto de bienes de consumo (incluidos muchos alimentos) como de bienes de capital, que no producimos internamente y sin los cuales se paralizaría el aparato productivo. Eso nos colocaría en la difícil coyuntura de tener que comprar en el exterior lo mismo que antes (y tal vez más), pero ahora con un ingreso mucho menor en divisas. Estaríamos ante un severo desequilibrio de la balanza comercial, con las repercusiones negativas que eso trae siempre sobre la economía en su conjunto. Si a ello le añadimos la disminución de las remezas que nuestros emigrante envían para el sustento de sus familias, y que, por una vía o por otra, entran a la circulación y van a parar finalmente a manos del gobierno y de los empresarios, la escasez de dólares afectará incluso a los niveles de bienestar (de sobrevivencia más bien) de muchos miles de familias campesinas. Contra esto, tampoco podrá prácticamente nada el “blindaje” del gobierno.
Se han dejado oír opiniones en el sentido de que deberían instrumentarse medidas no ortodoxas para reactivar el mercado interno, ante el debilitamiento de las exportaciones, tales como una elevación significativa de los salarios, una devolución o disminución de los impuestos a los grupos más numerosos de la población y, finalmente, un “pacto” entre gobierno y empresarios para que estos últimos comprometan inversiones fuertes en la actividad económica. Pienso que las dos primeras medidas están descartadas porque ni empresarios ni gobierno están dispuestos a disminuir sus ganancias y sus percepciones vía impuestos, así se hunda el país. Y menos tratándose de medidas que los trabajadores pudieran esgrimir mañana como antecedente para reclamar mejores condiciones de trabajo y de bienestar. En cuanto al incremento de la inversión productiva privada, se trata de un error de percepción de la naturaleza del problema. En efecto, sí, como todo apunta, nos dirigimos hacia una crisis de sobreproducción relativa por falta de demanda del mercado norteamericano, invertir más para producir más sin resolver el problema de a quién vender lo producido, es, ni más ni menos, que echarle gasolina al fuego o tratar de curar a un enfermo grave suministrándole un tósigo de acción inmediata e irremediable.
Conclusión: de darse la crisis norteamericana, nada ni nadie nos salvará de padecer sus efectos, dígase lo que se diga. La única posibilidad seria de que esto no ocurra, o cuando menos de que no sea tan devastador el golpe, consiste, o bien en que sea leve y breve, o bien que la crisis no ocurra en absoluto, cosa que, hasta donde es posible saberlo, tampoco está descartada. De no ser así, sería más inteligente acogerse a los Santos Reyes o a la carabina de Ambrosio, que al supuesto “blindaje” de que andamos haciendo gala por todos lados, con un muy escaso sentido del ridículo.