Uno de los especialistas más afamados en el análisis del mundo globalizado, su geografía y repercusiones en la economía, el inglés Peter Dicken ha señalado que “Los Estados necesitan a las grandes empresas, pero las empresas necesitan también a los Estados”. Y Puebla es uno de esos casos, dignos del análisis del profesor emérito de Manchester.
El escándalo por fraude cometido por la empresa Volkswagen en el tema de la alteración de software para evadir el grado de contaminación ha tenido serias repercusiones en el mundo.
España por ejemplo tiene una planta en Barcelona de Seat. El gobierno tomó una decisión inmediata luego de conocerse del fraude, exigirá a Seat que “devuelva las ayudas recibidas en concepto de vehículo eficiente de aquellos automóviles vendidos y afectados por el fraude en las emisiones contaminantes”, según reveló a media semana RTVE.
En cambio el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle declaró que “comprará” 200 vehículos para ser usados como patrullas y con ello paliar los daños colaterales que recibirá la economía de la planta en Puebla; varios diarios dieron cuenta de la declaración, incluso El País.
¿Y por qué disponer del dinero del Estado para beneficiar a un particular?
¿Por qué no licitar la compra de vehículos en favor de todos y transparentar la inversión?
Y asombrosamente los poblanos callaron. Los líderes empresariales, siempre tan quejumbrosos, guardaron silencio. Los portavoces oficiosos de la planta no escatimaron halagos en favor de la medida y hasta culparon a poderes ajenos al grupo de los daños causados, no en balde los viajes al salón del automóvil para comunicadores locales financiados por la planta.
A la luz un nuevo formato de complicidad que viene a dar la razón a Peter Dicken, el gobierno de Puebla ha perdido su autonomía respecto del poder económico de la empresa, pudiera pensarse en una especie de títere moderno.
La multinacional impone sus reglas, una especie de estado, dentro del Estado. Y no queda mucho margen para dejar de pensar que si la llegada de VW ha sido buena en términos generales para la economía poblana, a veces el costo ha sido muy alto; y habría que preguntarse cuánto costó traer Audi, cuántas concesiones, cuántas “truqueadas” habrán existido en lo oscurito de la firma del convenio, cuánto se habrá alterado del proyecto original, para hacer pasar la letra pequeña del interés de la trasnacional alemana a costa de la economía local.
Debiera explicarse, transparentarse, por que si VW fue capaz de cometer un fraude internacional de autos contaminantes en Estados Unidos y Europa, de qué no sería capaz con tal de obtener beneficios en Puebla.
Y no puede uno menos que reflexionar si el asunto ese de la rueda de la fortuna portátil, llamada la Estrella de Puebla, habrá sido, como algunos afirman, parte del convenio no escrito para beneficiar a uno de los intermediarios alemanes para traer Audi a Puebla.
Y qué tal si las empresas poblanas afectadas por robo, fraudes internos, competencia ilegal, o clausuras por no pasar los mínimos de protección civil, bomberos, etcétera, recibieran también la ayuda del gobernador para que no cierren sus puertas.
Y qué tal si los burócratas despedidos, 14 mil dicen en lo que va del gobierno, hubieran sido vistos con la misma bondad que a VW.
Pero no es así, hay varas para medir a los ciudadanos de Puebla y otras para las trasnacionales.
O por lo menos así me lo parece. ¿Usted qué opina?