Por: Juan Manuel Mecinas
Adolfo Aguilar Zinser era brillante. Murió hace diez años (junio de 2005) y lo recuerdo porque fue el último embajador mexicano de relieve. Su ausencia –o su presencia en Naciones Unidas– resalta en épocas donde la diplomacia mexicana juega el ajedrez de la nada: no aprovecha su relación estratégica con los Estados Unidos y llega tarde a todos los temas importantes.
Miembro del grupo que impulsó la candidatura de Vicente Fox, Aguilar Zinser tenía una pluma fina y un discurso lleno de ideas. Se podía coincidir o discrepar con él, pero era complicado dejar de admirar su elocuencia y su capacidad de formular argumentos coherentes. Era un diplomático fino (The Guardiandixit).
Hoy, la diplomacia mexicana está lejos de tener el brillo que tuvo cuando Zinser fue embajador en Naciones Unidas. Durante ese periodo, el embajador se negó a apoyar una resolución del Consejo de Seguridad que permitiera a Estados unidos y Gran Bretaña invadir Iraq (lo que finalmente hicieron, pero sin el aval de la ONU). Un momento luminoso en la situación más complicada. Zinser criticó la política norteamericana que trata a México como patio trasero de los Estados Unidos. En el obituario publicado en The Economist tras su muerte , la publicación británica alabó el trabajo de Zinser durante su estancia como embajador mexicano ante Naciones Unidas. Nunca, durante ese periodo, aseveró la influyente publicación, alguien pensó que México era el patio trasero de los Estados Unidos. Zinser había logrado defender una posición con argumentos y con un trato digno.
Hoy, la diplomacia mexicana transita en tinieblas. Según algunas publicaciones, Washington pidió la extradición de Guzmán Loera –el Chapo– tres semanas antes de que éste “escapara” de prisión. Si ello es cierto, el trabajo de la cancillería es desastroso: por una parte, si la extradición iba a ser rechazada, Washington no debió presentarla; por otra parte, si iba a ser aceptada, la Cancillería debió coordinarlo con la PGR y la SEGOB, lo que a todas luces no ocurrió. En ninguno de los casos, la petición de extradición de Guzmán deja bien parado a José Antonio Meade. Si la cancillería no es capaz de evitar un diferendo con el principal socio en la lucha antidrogas, la diplomacia no hace su trabajo, precisamente donde más se le requiere.
Además, la ausencia de un embajador de México en Washington se vuelve un tema que demuestra el desastre del gobierno de Peña Nieto.
¿Por qué pasar un semestre sin un representante que dialogue cuando el mundo cambia, cuando Cuba vuelve a izar su bandera en Washington, cuando hay un acuerdo nuclear con Irán, cuando la relación con los Estados Unidos está en punto muerto, cuando no hay enchilada completa ni media enchilada ni visos de enchilada en cuestión de inmigración, y cuando ha comenzado la carrera presidencial que en noviembre del próximo año arrojará un nuevo presidente en los Estados Unidos?
El rumbo está perdido. Ese rumbo que Aguilar Zinser tenía claro porque sabía comportarse de manera adecuada en el momento correcto. De eso carece Peña nieto y su gabinete: de esa sensación de comportarse y actuar de manera digna y correcta en el momento preciso. No solo hablo de renunciar -en el caso de sus secretarios–, sino también de pedir renuncias o de postular un embajador en Washington –responsabilidad del Presidente–. En la inacción de Peña Nieto se refleja su gobierno. Un gobierno que, como su cancillería, juega el ajedrez de la nada, en el que ha perdido muchas piezas. Hoy mismo, es un gobierno en jaque.