Por Valentín Varillas
La evasión de Joaquín Guzmán Loera del mal llamado Penal de Alta Seguridad del Altiplano tal vez no sea lo catastrófica que aparenta para el gobierno federal.
En el poco más de un año que estuvo preso el capo la escalada de violencia en el país fue evidente, ya que otras organizaciones delictivas se fortalecieron de tal manera que pusieron en jaque la gobernabilidad en varios estados del país.
Se trata de organizaciones mucho más radicales en su actuar como la de Los Zetas o bien el Cártel Jalisco Nueva Generación, que han ampliado su rango de operaciones a delitos de alto impacto social como el secuestro.
La libertad de El Chapo y su inminente regreso para llevar las riendas del Cártel de Sinaloa, significa en los hechos un poderoso contrapeso al actuar de los grupos rivales y su consecuente debilitamiento.
Lo anterior, dentro del escándalo que supone la fuga del reo más importante del país, presenta un escenario no tan malo para la presidencia de la República.
Y es que, en el anecdotario nacional, se incluyen varias historias que coinciden en que el cártel de Guzmán Loera ha sido el “consentido” de los últimos mandatarios federales y que sus respectivos gobiernos han llevado a cabo acciones tendientes a combatir de frente a sus enemigos y por consecuencia a favorecerlo abiertamente.
Estos acuerdos pasarían por facilitar sus operaciones en materia de tráfico de drogas a cambio de “coadyuvar” de facto en el combate a otros delitos que llevan a cabo bandas rivales y que inciden directamente en la paz social que se vive en el país.
¿Será que, otra vez, más vale malo por conocido?
La facilidad con la que se fugó Loera y la inexplicable incapacidad mostrada para detectar las actividades previas a la fuga, apestan a complicidad oficial.
Es evidente que este hecho impacta directamente en la imagen de Peña Nieto y su gobierno, pero en realidad se trata de lo que vulgarmente se conoce como “una raya más al tigre”.
Y es que, apenas a la mitad del sexenio, el regreso del PRI a Los Pinos se ha caracterizado por escándalos, omisiones, actos de corrupción y pifias monumentales, lo que tiene al presidente en los más bajos históricos en materia de credibilidad y confianza.
Con o sin fuga de El Chapo, no existen acciones lo suficientemente eficaces como para revertir esta contundente realidad en el poco tiempo que le queda de mandato.
Al contrario: la previsión más elemental apunta a que la caída continuará y que todavía no se toca fondo.
En este contexto, bien vale apechugar otro vendaval de críticas, burlas, memes y demás, si en algo se abona a la gobernabilidad del país.
El hilo se romperá por lo más delgado y seguramente alguna cabeza importante del gabinete de seguridad rodará y se exhibirá en la plaza pública como supuesto acto de congruencia ante semejante afrenta.
El o los movimientos pueden no ser tan sorpresivos ya que, en días recientes, varios informados columnistas nacionales adelantaban cambios en la plana mayor del gabinete.
Nada nuevo.
Simple y sencillamente el mismo teatro.
No olvide que la fuga del enemigo público número uno se da en el contexto de una necesaria renovación de grupos al interior de la familia revolucionaria como estrategia única de supervivencia del tricolor como partido en el poder.
En este juego de suma cero se fortalecen personajes ajenos al grupo de Peña Nieto y se abre necesariamente la baraja sucesoria.
¿Llegaron los tiempos de Don Beltrone?