Así hasta que alguien, por compasión o por mero formulismo, les recomendó que se dejaran de payasadas y se salieran de una contienda en la que nunca tuvieron condiciones reales de salir avantes.
A Samuel Tovar, el primero en dar paso a un lado, le ganó el idealismo.
Entrampado desde un inicio en la utopia de hacer que Marx y Hegel volvieran a las aulas universitarias, no pudo ni siquiera poner orden dentro de su propio equipo de trabajo, tanto que lo rebasó el simple hecho de establecer la representación jurídica de cada uno de sus colaboradores.
Se apanicó ante los más elementales requisitos legales y al final decidió, como las chachas, renunciar a sus aspiraciones, con un pequeño detalle: no les avisó de su decisión a ninguno de sus cercanos.
Es la fecha en que no les da ni una mísera explicación del por qué de su decisión.
Al hacer del conocimiento de su renuncia al Consejo Universitario, esgrimió que “no contaba con las condiciones necesarias”, pero los integrantes de su planilla no han recibido una aclaración.
Anda perdido.
El caso de Daniel Alcantara va por la misma línea.
El titular de Difusión de la Cultura hizo saber al Consejo Universitario su decisión al reconocer que no cuenta con las condiciones, sobre todo económicas, para seguir en la contienda, por lo que también se bajó del camión.
¿Qué acaso no tiene el mismo derecho de Alfonso Esparza para hacer una rifa y hacerse de recursos?
El asunto del dinero es un mero pretexto.
Ambos personajes cumplieron a cabalidad su papel de “tontos útiles” universitarios para hacer más creíble y transparente un proceso a todas luces inequitativo para ellos, legal sí, pero maquillado.
Desde el 22 de marzo, cuando Esparza Ortiz asumió la rectoría interina, todo mundo sabía que era un mero formulismo y que andaría en caballo de hacienda hasta que llegara el tiempo de quitarle la etiqueta de “suplente” para ser el “titular”.
¿Qué sigue?
Esparza seguirá su recorrido por facultades, acumulando aplausos, prometiendo apoyos a estudiantes, siguiendo a pie juntillas el guión, hasta el día de la “elección” que ya resulta hasta inútil pero que se tiene que hacer por mero “protocolo”.
¿Y los “desertores”?
En sus oficinas esperando la unción oficial del nuevo rector para ver qué premio les van a dar por cumplir con creces su papel de “Tío Lolo”
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