Por Valentín Varillas
Donald Trump llegó a ejercer un poder casi-absoluto durante su presidencia, desafiando a todas las instituciones de su país.
Cada peligrosa ocurrencia que manejaba en el discurso público, venía acompañada de la incredulidad de sus opositores, de la opinión pública y publicada y de quienes en su momento formaban parte de aquellas instancias que por naturaleza suponen un freno al poder absoluto.
“No lo van a dejar”- argumentaban, confiando en la añeja y tradicional fortaleza de los cimientos legales y jurídicos de la mal llamada Unión Americana.
Paralelamente, Trump les ganaba terreno.
Gastaba millonarias sumas del erario gringo en apoyos para aquellos sectores y grupos que lo apoyaban en lo político y con los que comulgaba ideológicamente.
También diseñaba estrategias de control y cooptación de cualquier tipo de contrapeso que pudiera significar un obstáculo en la consecución de sus objetivos.
Arremetió con todo en contra de la CIA, el FBI, la Corte Suprema, las instancias legislativas, los medios de comunicación, organismos internacionales independientes y demás.
Un escenario inédito en la vida pública de ese país.
Ningún presidente se había atrevido a tanto y lo peor, la estrategia fue tan efectiva que al final logró en gran medida subyugarlos.
Y así, les fue ganando terreno hasta debilitar a algunos y a otros de plano dejarlos fuera de la jugada.
No pudieron impedir su candidatura, ni siquiera después de haber sido condenado por la justicia de ese país por la comisión de 34 delitos.
La fuerza de las “instituciones”, por su mera definición, no sirve en los hechos como límite efectivo ante potenciales abusos de poder.
Estas, por muy sólidas que sean, están formadas por individuos.
Falibles, imperfectos y que además son rehenes de sus propios intereses personales, de grupo, políticos o económicos.
También de sus miedos, filias y fobias.
Y cuando despertaron, cuando pudieron dimensionar el daño, tomaron conciencia.
Sobre todo con la toma del capitolio a partir de su derrota electoral en el 2020.
A pesar del repudio casi unánime ante este hecho, lo cierto es que Trump despertó otra vez al monstruo.
Ese que fractura, divide, erosiona y enfrenta a través de la radicalización sistemática y la promulgación permanente del odio y el medio.
El mismo que tiene un mercado electoral que, a pesar de todo, ha crecido de tal manera que hoy le permite al republicano aspirar con amplias posibilidades a llegar nuevamente a la presidencia de ese país.