Por Valentín Varillas
“En Puebla se vive unidad”- aseguró en su discurso la candidata presidencial.
Y todos, absolutamente todos los asistentes a la rueda de prensa celebrada en Tehuacán, asintieron mansos.
Luego, en el acto masivo, el aspirante a rebelde que había permanecido a la derecha de quien ahora ostenta el bastón de mando de esta supuesta transformación, se vio obligado a mantener la misma línea discursiva al hacer uso de la palabra.
De esta forma -por decreto-, han cerrado las heridas provocadas por el proceso de selección de candidatos en Puebla.
Una vez más.
Y así tenía que ser.
No había de otra.
De entrada porque es el escenario que más les conviene.
A todos.
Tanto a los perfiles de peso específico real que intentaron encarecer su negociación y llevarse más de lo que realmente valen, como a los eunucos que presumieron a gritos su gran congruencia ideológica, pero que en los hechos no son competitivos en un proceso electoral.
Vamos, no pueden siquiera armar una subversión de tamaño importante, que ponga en aprietos reales los intereses políticos del oficialismo.
Patéticos.
Al final, ya van todos en el mismo barco.
Los que van a aparecer en las boletas y los que esperarán, como rémoras, los despojos de quienes realmente manejan los destinos de la 4T.
Y todo esto se explica porque existe un único hilo conductor que los une irremediablemente: no son nada sin el cobijo del partido en el poder.
No pueden aspirar a nada en serio si se salen del redil.
No tienen cabida afuera del manto protector del que gozan.
Del tamaño que sea, de acuerdo al papel que les ha tocado jugar en el presupuesto electoral de Palacio Nacional.
Porque ahí y sólo ahí, se deciden vidas, destinos, futuros, posiciones, enroques y amarres.
El ajedrecista mayor mueve sus piezas.
Y sus torres, alfiles, caballos y demás, simplemente ejecutan.
No culpen a los mensajeros.
A los que tienen la penosa tarea de seguir al pie de la letra el guión que les han ordenado seguir.
Quien realmente quiera, desde el interior, enfrentar al sistema, tendría que encarar al presidente y cuestionarle todo aquello con lo que no están de acuerdo.
¿Quién dice “yo”?
Se busca el valiente que a gritos tire la puerta de la oficina principal del recinto y a gritos le exija a Andrés Manuel que lo ubique en el lugar que su ego político cree que debe de ocupar.
¿Verdad que no?
Así que, todos callados y obedeciendo.
“Chiflando y aplaudiendo”- que la estructura de operación y movilización que se echará a andar para intentar ganarlo todo el 2 de junio próximo, no puede estar sujeta a caprichos personales ni a irrealizables sueños húmedos.
Y a quien no le guste, que vaya desocupando porque atrás hay fila.