Por Valentín Varillas
“En política, las amistades son falsas y las enemistades reales”-reza una de las máximas clásicas más socorridas por quienes han vivido en carne propia el ejercicio del poder.
Juran los que han atravesado este tránsito, que ésta contundente y demoledora sentencia, puede aplicarse a distintas coyunturas que se presentan antes, durante y después de la estancia en el Olimpo.
En este contexto, las palabras con las que el presidente López Obrador se refirió durante su visita a Puebla al gobernador Sergio Salomón, podrían parecer burdos lugares comunes.
Huecas frases hechas, con las que se intenta cumplir con los protocolos de cortesía entre quienes son cabeza de niveles de gobierno y que además emanan de un mismo partido político.
No es así si el discurso se analiza bajo el crisol de los nuevos tiempos que se viven en el país.
Esos que han redefinido los usos y costumbres de la vida pública nacional.
De entrada porque, más allá de un culto a la figura presidencial, lo que actualmente prevalece es una auténtica devoción a la persona que ejerce el cargo.
Más allá de logos, colores y partidos, es Andrés Manuel quien genera reacciones de auténtico fanatismo, tanto entre los feligreses de la 4T, como entre sus propios correligionarios.
Por eso, los adjetivos con los que se refirió el mandatario federal al gobernador poblano -más allá de la simpleza de la forma- en el fondo representan un espaldarazo enorme a su gestión.
Sus alcances trascienden el ámbito local, definen criterios, dictan línea y fijan posturas muy claras.
No, por muy subjetivos que parezcan, los términos utilizados por AMLO en su visita a Tepeaca -la casa de Céspedes Peregrina- son muy claros y directos.
No hay casualidades ni coincidencias.
Para quienes tengan dudas, habrá que apelar nuevamente a la frialdad de los números.
Esos 27 mil millones de pesos que reflejan el nivel de inversión y el compromiso de trabajo conjunto, con los consecuentes beneficios para los poblanos.
Aquí bien vale citar otra sabia máxima, no sólo de la política, sino de la vida en general: “cariño que no se refleja en el presupuesto…”.
Además, más allá de los temas pecuniarios, en la cuestión electoral Puebla no es un foco rojo en Palacio Nacional.
Aquí, el proceso interno de Morena para elegir a su candidato a la gubernatura navegó en aguas muy tranquilas.
Fallaron los agoreros del desastre.
Los que adelantaban profundas fracturas y rompimientos inminentes.
Al final, el diálogo, la apertura y la inclusión, resultaron fundamentales.
Habrá para todos y esto, en términos de política real, es el más efectivo sanador de proyectos fallidos y de egos heridos.
Ya van todos en el mismo barco y más les vale que llegue a buen puerto.
El presidente está obsesionado con arrasar en junio próximo en todo el territorio nacional.
Como sea.
El famoso “segundo piso de su 4T” es en realidad un contundente plebiscito a su gobierno.
Y lo sabe de sobra.
Puebla llegará a la elección invirtiendo en proyectos de muy amplio alcance social y con plena unidad al interior del partido en el poder.
Una realidad inmejorable para cumplir con los objetivos planteados en el presupuesto electoral del gobierno federal.
De ahí que cada frase, punto y coma de su discurso, estén plenamente justificados.