Por Valentín Varillas
Contundente la encuesta de Buendía publicada ayer por El Universal.
De entrada, por el prestigio de la empresa que llevó a cabo el ejercicio.
Hasta los más furibundos detractores de la 4T no se atrevieron a dudar de que se trata de una de las más profesionales y serias del país.
Después, porque la diferencia que arroja entre Sheinbaum y Gálvez, en términos futbolísticos se diría que “rompe la quiniela”.
Impensable, desde la percepción que se generó después del fenómeno mediático que se desató a partir del destape de la hidalguense.
Es un golpe durísimo la huérfana oposición, que veía en la senadora a su auténtica mesías.
Y es que “likes”, “reposts” y seguidores, en estos tiempos de las redes sociales y de todo tipo de plataformas digitales, no significan necesariamente votos potenciales.
Y ha quedado más que claro con estos indicadores.
Los números matan el optimismo de quienes trabajan para que se dé un nuevo y radical cambio en lo más alto del poder político nacional y de paso, hacen trizas cualquier esperanza.
Ya no de ganar, sino de tener un papel medianamente digno en el proceso del próximo año.
30 puntos de ventaja, en un sistema democrático cuyas leyes favorecen la igualdad en términos de competencia, aniquila a cualquiera.
Ese entramado jurídico, el que regula el juego democrático, fue el que la propia oposición defendió hasta el cansancio con sus representantes en el legislativo federal.
Xóchitl se cae irremediablemente y hay elementos concretos para pensar que todavía no toca el suelo.
En esa debacle, tiene mucho que ver el presidente.
Sus constantes ataques a Gálvez prepararon su caída.
A diferencia de los que erróneamente pensamos que López Obrador corría el riesgo de convertirse, desde el púlpito de las mañaneras, en el principal promotor de la panista, operó una muy efectiva guerra de altísima intensidad y de muy corta duración, que pegó de lleno en la línea de flotación de la precampaña opositora.
Cuando el INE tomó las “medidas” necesarias para evitar los señalamientos del jefe del ejecutivo federal, en el evento más seguido por los medios masivos, en sus formatos convencionales o en sus versiones digitales, además de los periodistas e “influencers” con un altísimo número de seguidores, el daño estaba ya hecho.
La conferencia de prensa diaria que protagoniza Andrés Manuel no es, ni ha sido nunca un ejercicio de transparencia.
Mucho menos de apertura o rendición de cuentas.
Es más, muchas veces durante estos cinco años, ha bajado a niveles similares a los del más vulgar teatro del absurdo.
Los ataques que desde ahí se le han mandado a poderes independientes y organismos autónomos no han dado los resultados esperados.
La mañanera no es infalible.
Pero tiene un peso brutal al momento de fijar la agenda pública nacional.
En lo mediático y en lo político.
Y es, ha sido y será, una de las armas principales más del poderoso arsenal con el que cuenta el oficialismo, no sólo para repetir en la presidencia y ganar la gran mayoría de los estados que renuevan la gubernatura.
Con estos números, les puede alcanzar también para lograr la tan ansiada aplanadora legislativa que les permitiría hacer y deshacer a placer el próximo sexenio.
Y ahí sí: agárrense todos.