Por Valentín Varillas
Puebla estuvo a punto de ser el estado que consagraría a Marcelo Ebrard como candidato a la presidencia en el 2012.
La moneda estaba en el aire en términos de quiénes serían los abanderados para contender en la elección sucesoria a Felipe Calderón.
El panista apoyaba con todo a Ernesto Cordero, un incondicional alfil que gozaba de todas sus confianzas.
En el mismo tenor se encontraba el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, quien había apoyado las aspiraciones del ex secretario de hacienda, a través de la organización y el financiamiento de todo tipo de actos públicos.
También los hubo de carácter privado, en donde el mandatario lo puso en contacto con aquellos empresarios y operadores beneficiados con negocios e influencia política en su naciente administración.
Sin embargo, en corto, Rafael sabía que los números no le alcanzaban a Cordero.
Que no era un buen producto desde el punto de vista de la rentabilidad electoral al interior del PAN, mucho menos entre el votante potencial.
Lo arrastraba al abismo la marca “Calderón”.
Pésimamente posicionada en el blanquiazul por aquel atrevimiento de enfrentar a los grupos más radicales de la derecha nacional y peor calificada en el imaginario colectivo nacional por aquella fallida “guerra” contra la delincuencia organizada.
Moreno Valle sembró lo inquietud en Elba Esther Gordillo, su madrina política.
La “maestra” tenía el compromiso de sumar al presupuesto electoral presidente, en reciprocidad por todos los beneficios y prebendas que tanto ella en lo personal, como su sindicato, habían obtenido en ese sexenio.
Pragmática como su ahijado, estaba consciente de que sumarse con todo al proyecto de Ernesto Cordero iba a ser un auténtico suicidio político.
Rafael estaba peleado a muerte con el panismo ortodoxo, que no le perdonaba, además de no cumplirles los compromisos pactados para que fuera el candidato del blanquiazul a la gubernatura de Puebla, el haberles quitado el control absoluto del partido, por lo que jugársela con un perfil identificado con esos grupos era imposible.
El radicalismo de Andrés Manuel López Obrador, cancelaba de antemano cualquier posibilidad de acuerdos.
El ex jefe de gobierno se manejó entonces como una posibilidad real.
Así lo platicaron inclusive con él, tanto RMV como Elba Esther.
Marcelo, no sólo apoyó el proyecto político del Moreno Valle candidato en el 2010, sino que puso a su disposición operadores electorales de probada eficiencia.
Ebrard y Elba Esther mantenían una cercanía envidiable y habían llegado a acuerdos de alto nivel en beneficio mutuo.
En el papel, el escenario lucía magnífico.
Los astros se alineaban y se veía la posibilidad de jugar con Marcelo y con Peña Nieto para minimizar el riesgo de quedarse sin aliados en la presidencia de la República.
Sin embargo, la decisión de Ebrard de bajarse de la candidatura para que fuera AMLO el ungido, los tomó por sorpresa.
Ni Moreno Valle ni Gordillo fueron puestos en alerta por el ahora ex canciller.
Nada, absolutamente nada.
Se enteraron por los medios, como el resto de nosotros, a pesar del tamaño e importancia de los acuerdos a los que habían llegado.
No tuvieron más remedio que arrojarse a los brazos del priismo y se sumaron con todo a la campaña de Peña, de la mano del propio Calderón, que le operó en contra a Josefina Vázquez Mota, a esas alturas enemiga cantada de su gobierno.
Esa factura tan grande -de la que RMV y la maestra fueron damnificados- es la que sueña cobrar Marcelo, el carnal.
Apela a que Andrés Manuel le cumpla un supuesto compromiso hecho únicamente de palabra, al apoyo incondicional de los sectores más moderados de la 4T, de la oposición y de la sociedad harta de radicalismos.
Hasta con un aparente aval de los gringos.
Tiene todo en contra, a diferencia del 2012.
Los daños colaterales en Puebla, por lo mismo, serán mucho menores en este 2024.