Por Valentín Varillas
Aunque ya venía operando como tal desde hace varias semanas, Fernando Manzanilla fue nombrado oficialmente como el coordinador de la precampaña de Nacho Mier a la gubernatura de Puebla.
Otro proyecto, otra dinámica, otra visión completamente distinta del futuro del estado y una manera completamente diferente de entender y asimilar la política.
No sorprende.
Fernando ha mostrado tener una capacidad asombrosa de adaptarse hasta en los más cambiantes escenarios.
“Camaleones”-les llaman comúnmente en el argot político.
Y es que, mucha agua ha corrido debajo del puente de su vida pública.
Lejos se ven aquellos años en el Grupo Finanzas.
Estos jóvenes que agrupó Melquiades Morales en aquella dependencia y que desde aquel entonces buscaban apoderarse de las posiciones más importantes en el servicio público poblano.
Siempre al amparo y caprichos de su líder y macho Alpha: Rafael Moreno Valle.
En teoría, Manzanilla se vendió siempre como el estratega, el sofisticado operador que iba a convertir estos húmedos sueños en realidad.
La lucha de egos, sin embargo, los fracturó.
Llegó la división y la consecuente desbandada de muchos de quienes en su momento formaban parte de la columna vertebral del naciente “morenovallismo”.
Sobretodo después de que Melquiades optó por Mario Marín como el candidato para sucederlo.
Los astros se les conjuntaron al filtrarse las grabaciones del entonces gobernador con Kamel Nacif.
La mudanza al PAN y la senaduría regalada, gracias a los amarres con Elba Esther Gordillo y Felipe Calderón.
Y de ahí, otra vez, la ilusión de gobernar Puebla.
Ya en campaña, llamaron a Manzanilla.
Las rencillas sanaron gracias a la siempre efectiva pomada del hueso.
Le dieron primero la coordinación de la campaña de Rafael.
Luego lo hicieron Secretario de Gobernación: el premio mayor.
Desde la jefatura del gabinete, Fernando avaló, fomentó y operó todos los abusos e imposiciones que se dieron en los primeros años de ese gobierno.
La persecución de opositores y el uso faccioso de las instituciones públicas para ajustar cuentas con personajes incómodos en el ámbito de lo político, periodístico, empresarial, sindical y demás aspectos de la vida pública poblana.
De ahí a coordinar otra campaña: la de Tony Gali a la alcaldía poblana.
Una elección de altísima prioridad en la estrategia de RMV de eternizarse en el poder a través de terceros.
Cumplió a cabalidad.
Obtuvo a cambio una diputación federal.
Pero Manzanilla quería más.
Sentía que había completado con éxito con la complicada y a la vez muy exigente meritocracia al interior del grupo para aspirar a algo más.
No le gustó que el ungido para el 2016 fuera Tony.
Mucho menos que, para el 2018, la carta única fuera Martha Érika.
Nuevo rompimiento.
Y entonces, el guiño con la 4T.
Para hacerlo creíble, públicamente empezó a criticar todo, absolutamente todo lo que en momento avaló y aplaudió como parte del grupo de Moreno Valle.
Le creyeron.
Diputado federal por PSI, partido que se integró a la alianza que compitió junto con Morena en el 2018.
Luego, el helicopterazo que lo cambió todo.
En el interinato fue nombrado nuevamente jefe de gabinete.
Dividió, enfrentó y fracturó.
Termino muy mal con sus compañeros de gabinete.
Muy al estilo del recién fallecido jefe y amigo.
Se acercó a la par con éxito a Miguel Barbosa, el candidato natural para volver a competir por la gubernatura en la extraordinaria del 2019.
Ya como gobernador electo, el propio Barbosa declaró inclusive que el único seguro del interinado para repetir en su mandato, era el propio Manzanilla.
Otra vez, Secretario de Gobernación.
Otra vez, la estrategia de dividir, fracturar y sobre todo: traicionar.
Salió por piernas.
Bajo perfil hasta la muerte de Barbosa.
Hoy, ya abiertamente jugándosela con Nacho Mier.
Muchos años, muchos proyectos, distintos personajes a quien servir, pero una constante muy clara, contundente: con todos ha acabado mal.
Muy mal.
El individualismo más absoluto y el buscar únicamente la conveniencia personal, son apenas parte de las razones que explican lo anterior.
La carrera de Fernando Manzanilla en la política tiene una lógica parecida a las películas de Rocky: ya son muchas versiones.
Sin embargo, la diferencia con aquel boxeador interpretado por Sylvester Stallone es que, en todas, absolutamente todas sus batallas, Manzanilla ha terminado noqueado de manera estrepitosa.
A ver qué pasa ahora cuando, otra vez, suene la campana.