Por Valentín Varillas
Esquizofrénicas, por decir lo menos, han sido las reacciones de quienes sienten que el proceso de selección de delegados de Morena y la consecuente designación de la nueva dirigencia estatal, no los favorece en lo político.
Y es que, sus exabruptos han dejado a un lado la más elemental de las lógicas.
Han perdido coherencia en su proceso de negación o de enojo y de plano se muestran públicamente incapaces de analizar con pausa y frialdad la realidad actual.
Muy triste para ellos, pero además, una realidad muy peligrosa para determinar lo que será su futuro político a corto plazo.
Desde que el Movimiento de Regeneración Nacional se conformó como partido político y en el horizonte se veía un triunfo aplastante en la presidencia de la República, con su inminente fenómeno de arrastre para candidatos a otras posiciones de importancia en todo el país, en el caso de Puebla estos grupos vivieron obsesionados con hacerse de los cargos más importantes en la estructura del instituto político.
Así, pudieron convertirse sin competencia en los auténticos amos y señores.
Su palabra, simple y sencillamente era la ley, por lo que hicieron y deshicieron a placer.
Siempre tocando base con Andrés Manuel, diseñaron la estrategia de operación electoral y selección de candidatos para el 2018.
Se crecieron ante los importantes triunfos que obtuvieron en las urnas en aquel proceso.
Pero cometieron el peor error que se puede cometer en política: asumir victorias ajenas como propias.
El voto de confianza era para AMLO y la 4T.
Nada más.
Votaron todo, absolutamente todo lo que llevara el logo de Morena como apoyo al proyecto presidencial del dueño de la franquicia.
Aquí no existe el voto diferenciado, por favor.
Este mito genial fue vendido mediáticamente para tratar de justificar a como diera lugar uno de los fraudes más escandalosos que se han ensayado en toda la historia de la novel democracia mexicana: el “triunfo” de Marta Érika Alonso en la gubernatura de Puebla, cuando su partido había perdido las alcaldías más importantes, la enorme mayoría de las diputaciones locales y federales, además de la fórmula que compitió por el Senado de la República.
Alquimia electoral pura.
Pero regresando a los liderazgos de Morena de esa época, muy pronto comenzó a caerse el castillo de naipes.
Previo a la extraordinaria del 2019, las encuestas reales, serias, las de verdad, mostraban una caída en picada en la aceptación de los gobiernos municipales emanados del partido guinda.
Esta fue una de las más pesadas losas que tuvo que enfrentar Miguel Barbosa en su segunda búsqueda por la gubernatura.
Ni siquiera este demoledor referéndum les hizo abrir los ojos.
Usando las influencias que les daba-otra vez- el manejo de los órganos del partido, impusieron candidatos en el 2021.
Como se esperaba: fracaso total, monumental.
Nunca quisieron ver la realidad y a pesar de los pésimos resultados que entregaron en los hechos, siguieron aferrados al control de Morena hasta el último instante.
Hoy, militantes y simpatizantes han optado por otros perfiles.
Muy distintos en sus usos y costumbres pero sobre todo: encaminados a la obtención de votos para el 2024.
Más allá de posiciones, canonjías y privilegios, el objetivo único de las mujeres y hombres que llevarán las riendas del partido en la próxima gran coyuntura política estatal, es ganar.
Nada más.
Porque en política, es lo único importante.
Aquí vale madres competir.
Por eso, en su muy dolida retórica, quienes no se sienten representados en la nueva dirigencia intentan minimizar la importancia que tiene el control del partido y de su centro neurálgico de toma de decisiones, cuando hicieron de todo para violentar el proceso, obsesionados por convertirse en los eternos y únicos dueños absolutos del mismo.
Eso son, eso valen.
Así su convenenciera lógica y sobre todo, más allá de filias y fobias: para la historia han quedado grabados sus sonados y rotundos fracasos, tanto en lo legislativo, como en lo electoral.