Por Valentín Varillas
No, el Covid no es cosa del pasado.
Aunque nos hemos tenido que adaptar a unas condiciones totalmente distintas de vida a partir de la aparición del virus, la pandemia hay que conjugarla todavía en tiempo presente.
El mundo entero ha visto un aumento importante de casos en las últimas semanas.
A pesar de la efectividad de las vacunas.
A pesar del optimismo efímero que hasta hace muy poco justificaban los indicadores.
La realidad muta en tiempo récord.
Y los muertos por enfermedades relacionadas con le virus vuelven a doler.
Es evidente que ha habido un aprendizaje social.
Que hemos cambiado, por obligación y supervivencia, nuestros usos y costumbres.
Pero ante estos inéditos tiempos, no hay palabra de honor que valga.
Mutaciones extrañas, con características que cambian constantemente y que modifican su velocidad de transmisión del virus, su tiempo de permanencia en el cuerpo humano y sus potenciales daños a los distintos organismos.
Las comorbilidades silenciosas, indetectables previo al contagio debido a la imposibilidad de saber el estado de salud de la enorme mayoría de los mexicanos.
La falta de una cultura de la previsión, del chequeo médico, para empezar.
Pero sobre todo, las limitantes en los servicios públicos de salud que, al tener que privilegiar lo urgente, lo grave, lo “importante”, no tiene el tiempo ni los elementos técnicos ni humanos para brindar masivamente servicios de medicina preventiva.
Una receta para el desastre.
Por otra parte, la liberación de las restricciones en materia de movilidad social y del uso de accesorios preventivos como el cubrebocas, generaron un exceso de confianza en el comportamiento de las mayorías.
Se relajó el lavado constante de manos, el uso de gel antibacterial y el distanciamiento social.
Los poblanos dejaron de ver a las vacunas como un elemento fundamental para evitar cuadros graves de salud y sus consecuentes defunciones.
La respuesta ante la instalación de centros de vacunación prácticamente en todo el territorio poblano fue muy tibia.
Hay miles que no tienen completo su esquema básico de vacunación.
También muy pocos jóvenes acudieron al llamado a recibir el químico cuando fue aprobada su aplicación para el sector social que correspondía a su edad.
Con los niños, la moneda está en el aire.
Al ser menores de edad, el que se vacunen o no dependerá de la decisión de sus padres.
De las filias o fobias que tengan sobre las vacunas.
No hay garantías.
Se tendrá que ver el éxito o el fracaso ya con los indicadores en la mano.
Un ejemplo más de que mucho, muchísimo de lo que hemos visto, probado y ensayado con el Covid, se reduce a un asunto de prueba y error.
De seguir con esta tendencia a la alza, las restricciones regresarán.
Imposible determinar ahora qué tan duras o laxas serán.
Así o reconoció ayer el propio gobernador Barbosa en su discurso.
Puebla es de los primeros estados que acepta hablar abiertamente sobre las potenciales consecuencias de un consistente crecimiento en el número de contagios.
Otros mandatarios se preocupan por los potenciales costos que está decisión traería.
Políticos, en imagen y en materia económica.
Nuestro estado, muchas veces, ha ido a contrapelo de las decisiones que se han tomado desde el gobierno federal, prácticamente desde el inicio de la crisis sanitaria.
El objetivo siempre fue y ha sido, que Puebla no se convierta en foco rojo en materia de contagios a nivel nacional y por supuesto, evitar a toda costa el colapso de nuestro sistema hospitalario: el público y el privado.
Otra vez, ni modo, el balón estará en la cancha de la sociedad.
Y de qué tan bien o qué tan mal la juguemos, dependerá el nivel de vida que tendremos en el corto plazo.
No hay de otra.