Por Valentín Varillas
No hay que irse con la finta, con la lectura fácil y a botepronto.
La gira que realizó el presidente López Obrador por Centroamérica y Cuba era de altísima prioridad en términos de imagen.
Luego de que resultó evidente el hecho de que la Reforma Energética no fue aprobada, no por un fracaso en términos legislativos, sino por la importante presión del gobierno norteamericano para defender las inversiones hechas en la materia por empresarios de ese país, había que darle calor al sector social en donde Morena y el jefe del ejecutivo federal tienen su voto duro.
Lavarse la cara, pero con la anuencia del gobierno gringo.
Ir a Guatemala y regalarle seguridad social a más de 25 mil de sus connacionales asentados en el país.
Me explico.
Llegar a El Salvador y Honduras y sentar las bases para el establecimiento y la operación del famoso programa “Sembrando Vida”, la columna vertebral de la política social del actual gobierno.
Y ya de paso, como cereza del pastel, eliminar los aranceles a las importaciones y exportaciones de productos en la relación comercial con Belice.
¿Poca cosa?
Tal vez en términos mediáticos sí.
Sin embargo, en lo que se refiere a la relación con los Estados Unidos, todo lo anterior resulta fundamental.
Y es que, este enorme teatro de sombras se lleva a cabo en un momento en el que, como nunca en la historia, se han desplegado elementos de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Nacional en la frontera sur, para evitar el ingreso de migrantes que pretenden llegar a la Unión Americana en busca de las condiciones necesarias para acceder a una mejor calidad de vida.
Ahora, con Biden en la presidencia, seguimos y seguiremos siendo el famoso muro fronterizo que, con bombo y platillo, anunció hace años el entonces candidato Donald Trump y que le redituó enormes beneficios en lo político.
No era un muro físico y no era la frontera norte el objetivo real.
Por eso tanta sensibilidad y empatía con la realidad social de los países tradicionalmente exportadores de migrantes.
Había que vender que alcanza con ayudar a sentar las bases para el desarrollo económico de esos lugares, como efectivo distractor de la inédita militarización de la frontera sur.
Es evidente que todo esto no es suficiente.
Que no basta ni bastará.
Y que por lo mismo, todo lo que se vendió en la gira, las sonrientes fotos con los presidentes, las cenas de gala y el optimismo del discurso, en los hechos, se reducen a simple filigrana.
Pero había que hacerlo.
Como también había que visitar Cuba y decir lo que se dijo.
Cada dicho, cada palabra, cada alabanza a la revolución de ese país y cada crítica al bloqueo económico, aunque a simple vista pareciera una afrenta a los Estados Unidos, estaban la de antemano palomeadas por el país vecino.
Ante la estrepitosa caída de la popularidad del presidente Biden, revivir el discurso anti-cubano y de paso exhibir a México como aliado de la dictadura, puede subir sus bonos en tiempo récord.
Y esa es la tirada.
El exilio cubano y sus descendientes, de la mano de sus empresas, organizaciones y perfiles insertados en posiciones de poder, han sido siempre una muy apetitosa materia prima electoral para republicanos y demócratas.
Pocos temas de la agenda pública norteamericana generan semejante unanimidad en ese país y también, sin duda, la crítica al gobierno cubano ha sido y seguirá siendo la génesis de negocios que generan miles de millones de dólares anuales ara el sector público y privado.
AMLO se desmarca así, por lo menos mediáticamente, de la necesaria y cada vez mayor dependencia de los Estados Unidos y recibe la alabanza y aplausos de quienes de verdad creen que en este país, un presidente de cualquier época y emanado de cualquier partido o ideología, se puede dar el lujo de prescindir económica, política y socialmente de la relación con nuestros vecinos del norte.
¿Conclusión? – carambola de varias bandas.
Éxito rotundo para todos, aunque a simple vista no lo parezca y aunque algunos no puedan o no quieran de plano entenderlo.