Por Valentín Varillas
El primero en manejar el dato fue David Medrano, de TV Azteca.
Subió a su cuenta de twitter que por lo menos habían 17 muertos producto de la riña entre aficionados en el Estadio La Corregidora de Querétaro.
Se escudó en cifras que arrojaban “datos preliminares”.
Jamás citó fuentes, oficiales o no, y mucho menos explicó de dónde había sacado la información.
De inmediato, las redes estallaron.
EL Hashtag #17Muertos, de inmediato se hizo tendencia.
Y así se mantiene hasta le momento de escribir este texto.
A partir de este mensaje, también se posicionaron en los primeros lugares del país, otros como el #Sihubomuertos o el #Sihaymuertos.
Todos, acompañados de videos y fotos de cuerpos inertes, pero que no arrojaban evidencia clara, concreta, sin ambigüedades, de que efectivamente habían perdido la vida producto de la batalla campal.
A la par, las autoridades hablaban únicamente de heridos.
Algunos de ellos considerados graves de acuerdo con los partes médicos, pero ningún muerto.
Por lo menos no, mientras le doy forma a esta entrega.
Muy pocos lo creen, aunque sea cierto.
La indignación es enorme y con razón.
Hay quienes piden la salida del gobernador Mauricio Kuri, por “falsear” la información oficial y “esconder” los muertos.
Que salga Mikel Arriola de la dirección de la Liga, que se desafilie al Querétaro, que se suspenda el torneo, que la FIFA vete a México de su participación del mundial de Qatar y de paso, que se nos retire el ser la sede de los partidos de la copa del mundo del 2028, organización que compartiremos con Estados Unidos y Canadá.
Todo el mundo hoy habla de esto y está justificado.
La noticia le ha dado la vuelta al mundo y deja muy mal al futbol nacional.
Qué lástima que, cuando se trata de muertos reales, los plenamente comprobados, identificados y oficialmente reconocidos, no existe una reacción similar.
Vamos, ni siquiera parecida.
Las historias de auténtico terror que todos los días son parte de nuestra realidad como país y que tienen como eje central, sangre, muerte y destrucción, no permanecen vigentes en las redes sociales por tanto tiempo y mucho menos gozan de semejante difusión.
Su permanencia como tendencia, en caso de que lleguen a serlo, palidece si se compara con el escándalo de La Corregidora.
Los fusilados en Michoacán son apenas un reciente y modesto caso de lo anterior.
Y qué tal los miles que tienen que abandonar sus comunidades de origen porque los poderes de facto son ya la verdadera y única autoridad ahí.
Huyen de la violencia, de las masacres, de la extorsión, de la exigencia del derecho de piso.
“La violencia no puede estar presente en un estadio de futbol”-exigen a gritos los especialistas y analistas de la vida nacional.
¿Por?
Si está presente en casi todos los lugares públicos y privados en donde desarrollamos nuestras actividades.
Siguiendo esta misma línea de análisis, tampoco tendría que estar presente en las calles, en los restaurantes, bares y centros nocturnos, en las redacciones de los medios de comunicación, en las escuelas, en el campo y en otros cientos de lugares más que han sido, son y seguirán siendo escenario de los más cruentos y sangrientos ataques, asesinatos o ajustes de cuentas.
Tuvo que ser el balompié, el fenómeno social de masas, el deporte más famoso del país y del planeta el que nos “abre los ojos” y nos muestra con toda crudeza nuestra realidad nacional.
¿Y los otros?
Los muertos reales ¿quién se acuerda de ellos?
¿Quién se indigna por un espacio de tiempo mayor al de lo segundos que alguien se tarda en leer la nota?
¿Quién pide la salida de los gobernadores en cuyos estados suceden estos hechos?
El saldo social de la imparable delincuencia es y ha sido altísimo desde hace décadas.
Y en ese daño colateral hay familias enteras, niños, parejas, ancianos; como los había en el estadio de Querétaro.
¿Qué nos pasó?
¿Cuándo nos anestesiamos y perdimos la capacidad de indignación por las decenas de muertos que TODOS los días deja como saldo los hechos de violencia que suceden en México?
O tienen que darse en una cancha de futbol para darle la importancia a cada una de estas historias y generar la enorme, inédita y generalizada movilización social en redes y medios formales, que hemos visto a partir de este caso.
Los muertos virtuales, los no confirmados, pesan más en el imaginario colectivo nacional y generan una mucho mayor indignación, que los hijos, padres, hermanos o amigos que realmente son asesinados de manera brutal a lo largo y ancho del territorio nacional.
¿Usted entiende?
Yo no.
Para mí que, de plano, no tenemos remedio como sociedad.