Por Valentín Varillas
Los nuevos tiempos que vivimos en México, han inaugurado también un nuevo modelo de censura, que se aplica al pie de la letra en contra de personajes incómodos y opositores al actual grupo gobernante.
Se trata de un esquema innovador de censura horizontal, que ha dejado sin efecto el tradicional modelo, el vertical, en donde directores de comunicación o jefes de prensa presionaban a dueños de medios o directores, para no publicar contenidos incómodos o bien que no le favorecían a la élite en el poder.
Ahora, la presión viene de “la sociedad” y la ejercen hordas de fanáticos que –sobre todo a través de las redes – crucifican a quien piensa diferente o se atreve a disentir.
Estos pueden o no ser parte de las famosas granjas de bots, que se operan y financian con dinero del erario desde distintas oficinas públicas.
Otros más, son ciudadanos auténticos, que han sido contagiados por la división, fractura y polarización que han caracterizado al actual discurso oficial.
Las víctimas de la post-censura son normalmente señaladas en cada una de las mañaneras del presidente.
Pueden ser periodistas, medios, empresarios, políticos opositores y demás.
Jamás, desde el discurso público se les amenazará por publicar o decir lo que afirman o señalan.
Al contrario, desde el púlpito presidencial se les recuerda una y otra vez que su libertad de expresión está y estará garantizada en esta administración.
Sin embargo, paralelamente, este supuesto respeto al derecho básico de expresarte con libertad, viene invariablemente acompañado de una descalificación al contenido que resultó incómodo y de una etiqueta para su autor o el medio que lo publica.
Lo anterior, dicho por la figura de mayor carisma e influencia en la política nacional, puede ser entendido por algunos como parte de una política institucional que pretende señalar públicamente a los enemigos del país.
Existen millones de inadaptados que en verdad creen que criticar las acciones o políticas públicas llevadas a cabo por un individuo, por muy presidente que sea, es sinónimo de atentar contra tu patria.
Así de frágil y de peligrosa resulta esta nueva realidad.
Sobre todo, cuando no hay consistencia ni veracidad en el discurso oficial.
En las famosas mañaneras, AMLO ha centrado su discurso en miles y miles de metiras o medias verdades, de hechos y acusaciones que jamás van acompañadas de un seguimiento de tipo legal y mucho menos, de las denuncias correspondientes.
La supuesta modernidad, ha traído consigo aumentos alarmantes en el número de manifestaciones públicas de intolerancia.
Los famosos linchamientos digitales no dejan lugar a dudas.
Prácticamente todos los días, las redes se inundan de señalamientos para insultar, de campañas salvajes para que se dé el despido de alguien, o bien para que se boicoteen empresas, eventos, libros películas o series en donde participan los nuevos indeseables.
Hoy nos hemos vuelto más susceptibles que nunca a cualquier cosa que no empate con nuestra forma de pensar o que representen una amenaza –real o imaginaria- a lo que interpretamos como nuestro “sistema de creencias”.
Vamos involucionando a una mentalidad prácticamente medieval.
Temas polémicos que son parte integral del debate público nacional, sobran para demostrarlo.
Y mientras esta realidad sea tolerada y fomentada desde el discurso público, lo natural es que, lejos de acabarse o moderarse, esto se va a ir poniendo todavía mucho peor.
Porque, aunque creamos que ya no es posible, sí podemos alcanzar mayores niveles de intolerancia, fractura y polarización.
Y lo peor, vamos a comprobarlo muy pronto, mucho antes de lo que nos imaginamos.