20-04-2024 03:57:59 AM

Uno soñaba que era rey…

Por Valentín Varillas

 

La administración pública poblana no pierde nada con el encarcelamiento de Francisco Romero Serrano.

Su salida de la Auditoría Superior del Estado no supone una afectación al buen desempeño de los cada vez más necesarios órganos de control interno.

Al contrario.

De acuerdo a la forma en la que operó, en la responsabilidad que en su momento tuvo, su mera ausencia supone una importante depuración.

Y por lo mismo, un muy valioso beneficio.

Romero Serrano jamás estuvo interesado en cumplir de manera cabal con el puesto para el que fue designado por el legislativo local.

Desde el inicio, generó una agenda propia que buscaba única y exclusivamente utilizar a la ASE como botín y obtener ganancias tanto en lo económico como en lo político.

Lo demás, es filigrana.

Famosas se volvieron entre la clase política poblana, sus secretas reuniones con los sujetos obligados a ser revisados por esa instancia, sobre todo los que potencialmente representaban mayores beneficios para él.

Acuerdos en lo oscurito, pactos inconfesables, cheques al porvenir : ahí se daba de todo, como en botica.

Y es que, en una de esas noches en donde la luna llena hace de las suyas, Romero Serrano soñó que el manejo discrecional y faccioso de la Auditoría, le daría los tamaños, el talento, la fuerza y la capacidad para llegar a gobernar el estado.

(Por respeto al lector, este segmento omitió las risas grabadas).

Así como lo lee.

Su círculo de aduladores –convencidos o no- se sumaron a semejante calentura, haciendo que de plano perdiera lo que quedaba de razón y de cordura.

Intensificó la subasta en donde ofrecía indulgencias y tratos preferenciales en la revisión de las cuentas públicas de alcaldes y de cualquiera que en su momento pudiera sumarle a su fantasía napoleónica.

Quienes tuvieron que padecer estos encuentros, relatan que se trataban de una auténtica tortura.

Que los argumentos, pronósticos y lecturas del presente y futuro de la política poblana eran, por decir lo menos, surrealistas.

No tenían el menor sentido y mucho menos se acercaban, aunque sea un poco, a eso que conocemos como “realismo”.

Por supuesto, en todos ellos, Romero Serrano era el ganador, el héroe, el que se fortalecía contra viento y marea y al que había que rendirle pleitesía desde ahora, para poder disfrutar en el futuro aunque fuera un pedazo de su enorme pastel de poder.

Una autentica locura.

Imagine lo que fue una instancia de la importancia de la Auditoría Superior del Estado en manos como estas.

No hay lugar a ninguna confusión: el único que politizó su desempeño como auditor fue él.

Quien lo utilizó como garrote para determinar premios y castigos, en presente y en futuro fue él.

Nadie más. 

La causa jurídica de su detención es un asunto personal que tiene que ver con lo familiar y por lo mismo, es ajena completamente a los alcances de esta entrega.

Pero es importante asimilar que, esa profunda fosa en la que hoy se encuentra, fue cavada palada tras palada por aquella desmedida ambición de poder que seguramente le hizo perder la razón.

Insisto: no se pierde nada y se puede ganar mucho, si el proceso de selección del nuevo auditor pasa por mayores y mejores filtros en la revisión de perfiles que, además de una probada capacidad,  garanticen la institucionalidad, imparcialidad y el profesionalismo necesarios para el cargo.

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