28-03-2024 07:34:31 AM

La eterna hipocresía de “las buenas conciencias”

Por Valentín Varillas

 

¡Transparencia! – exigía a gritos desgañitados Luis Mora Velasco al gobernador Barbosa, en aquel ya famoso evento de toma de protesta de la nueva dirigencia de Coparmex en Puebla.

De acuerdo, los gobiernos hoy más que nunca deben de transparentar sus acciones.

Todas, de cualquier índole.

Sin basar su petición en algún dato duro o ejemplo concreto en el cual basara su conclusión de que el gobierno estatal actual es en algún sentido “opaco”,  escondido en el anonimato se envalentonó de tal manera que se le ofuscó la memoria.

Se le olvidó, convenencieramente, de que en su papel como funcionario público municipal, su actuar estuvo muy lejos de ser congruente con lo que hoy pide.

Al contrario.

En su paso por la Dirección de Normatividad Comercial del ayuntamiento de Puebla, en la primera etapa de Eduardo Rivera, el impoluto Mora le dio forma a una burda pero muy rentable estrategia de extorsión y malos manejos, que sin duda le fue muy redituable.

Algunas acciones se daban en lo oscurito.

Sobre todo las relacionadas a la tolerancia a giros negros, casas de prostitución y los cientos de bares que operaban sin las licencias correspondientes, con sobrecupo y permitiendo la entrada y el consumo de bebidas alcohólicas a menores de edad.

Otras, las más públicas pero que paradójicamente pasaban desapercibidas para el ciudadano común, eran las que más dinero dejaban.

Mora y sus secuaces fueron los creadores del modelo de Valet Parking clandestinos, al que bares, restaurantes y antros, estaban obligados a entrarle bajo amenaza de clausura.

Actuaban al margen de la propia ley municipal que los regula, siempre con la consabida mordida de por medio.

Para operar como Valet Parking, es necesario tener una licencia de funcionamiento.

Para contar con esa licencia, es requisito indispensable contratar una póliza de seguro que proteja al cliente contra cualquier daño que sufra su vehículo o cualquier problema jurídico que pudiera generarse a partir de su uso.

En ese tiempo, una póliza con esas características resultaba muy cara, por lo que “el moche” resultaba una ganga.

Para que el negocio caminara, había que dejar fuera a las empresas dedicadas a ese ramo que sí cumplían con la ley y arrebatarles el mercado.

Así, desde la misma Dirección de Normatividad del impoluto Mora se desató una auténtica cacería en contra de las empresas legalmente establecidas.

Tramposas supervisiones que buscaban agobiarlos, acompañados de operativos permanentes que se realizaban exclusivamente en los establecimientos que se negaron a la imposición y que prefirieron seguir trabajando con empresas profesionales.

Usaban a placer a la Dirección de Tránsito municipal para multar, con cualquier pretexto o de plano llevarse con grúa a los automóviles de sus clientes.

El tema, como casi todos en donde reina la corrupción, se les salió de las manos.

Con una frecuencia atípica, se empezaron a dar hechos delictivos en donde resultaban involucrados los Valet clandestinos.

Robos, utilización de vehículos de clientes con fines ilícitos y narcomenudeo, fueron apenas la punta del iceberg.

Los empresarios, dueños de estos lugares, los que cedieron a la extorsión oficial, empezaron a ver una caída importante en el número de clientes.

El efecto bumerang fue demoledor para sus finanzas.

Entablaron pláticas con Mora y su pandilla buscando salirse de los acuerdos.

No pudieron.

Tuvieron que aguantar prácticamente hasta el final de la administración.

A la hora de la lana, quedaron atrás los golpes de pecho, los enjuagues de conciencia y sobre todo, aquella congruencia que tanto se les exige a los otros y que tan poco se ensaya en lo personal.

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