23-11-2024 05:07:07 PM

El bumerang azul

Por Valentín Varillas

La revancha tardó en llegar, más de 11 años, pero se hizo presente con toda contundencia.

El panismo tradicional, de la mano de la algunos infiltrados – convenencieros “frankensteins” que en su momento fueron algo en la política gracias a Rafael Moreno Valle- se hizo ya del control absoluto del partido.

Algo que tenía un simbolismo muy especial en términos políticos, pero sobre todo, en lo ideológico.

Hay quienes no olvidaron jamás que su tan querido partido haya sido el botín de un pleito entre grupos de priistas.

El resultado del quiebre entre el marinismo y el melquiadismo.

Y que gracias a manos externas como la de Elba Esther Gordillo y la ceguera de un presidente como Felipe Calderón, cegado completamente por los espejitos que le vendió Rafael, les quitaron todo.

Absolutamente todo.

Moreno Valle se infiltró en todos y cada uno de los aspectos de la vida política de Acción Nacional.

En Puebla y en la capital del país.

Aquí, con toda facilidad, puso y dispuso a su antojo.

Cargado de billetes, también se hizo de posiciones de poder e influencia en las presidencias de Gustavo Madero y en el inicio de la de Ricardo Anaya.

Tener como caja chica las arcas del erario poblano, le abría muchas puertas.

Justificó siempre sus acciones a través de los buenos resultados que arrojaba en lo electoral.

“Yo les enseñé a ganar”-presumía sin el menor ante propios y extraños.

Y así, a través de haberse convertido en el único gobernador en la historia en imponer a dos gobernadores, fortaleció aquel mito de que era invencible.

De que todo le salía y de que su reino no tendría fin.

Implementó al interior del blanquiazul el estilo priista de hacer política.

El de la compra de conciencias, el de la manipulación y el engaño, el de los acuerdos de saliva que jamás se cumplen y sobre todo: el de la amenaza, la persecución y el miedo.

Jamás pensó que la vida tenía otros planes para él.

En su lógica de ser el auténtico “hombre orquesta” que todo lo puede, jamás se interesó en la conformación de un auténtico grupo político.

Uno que, más allá de su presencia o ausencia, siguiera una lógica de operación y una renovación de liderazgos efectivos capaces de continuar con su legado.

Y que, más allá de que hubiera dinero o no, defendieran las supuestas convicciones y los ideales de quienes en su momento llegaron a ejercer el poder, controlándolo todo, absolutamente todo.

El problema es que jamás hubo ideología o principios que le dieran forma, era únicamente el dinero y los intereses, la base de esta falsa cohesión.

Por eso, después de su muerte, la mayoría de quienes podrían haberlo hecho, prefirió huir con el botín.

Sabedores de sus pecados, ante el giro radical que tomó el rumbo político del estado, pusieron tierra de por medio como única medida de supervivencia y sobre todo: para garantizar su libertad.

Y todo se derrumbó bajo la lógica de lo que realmente era: un muy frágil castillo de naipes.

La voluntad de los panistas expresada en el proceso del domingo no deja lugar a dudas de que quieren recuperar lo que en su momento perdieron.

Que ven hoy, en otros liderazgos que ya demostraron su valía en lo electoral, el mejor camino para disputarle a Morena las posiciones que estarán en juego en el 2024.

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