Por Valentín Varillas
Científicos, jueces, organismos autónomos, instancias no gubernamentales y hasta padres de niños con cáncer que no han recibido el tratamiento al que tienen derecho, han sido etiquetados desde el inicio de la actual administración como los grandes enemigos del Estado mexicano.
Y por lo mismo, en la bizarra óptica de quienes hoy llevan las riendas del país, son también los enemigos de la nación.
Para ellos, el uso y abuso de toda la fuerza de aparato gubernamental.
Sus acciones, declaraciones, pasado y presente son analizados con lupa y la gran mayoría de las veces sin el sustento legal mínimo que pudiera justificar el embate del que han sido objeto desde el discurso oficial.
Para otros, los que realmente son una amenaza para el país, los que todos los días van dejando a su paso muerte, destrucción y violencia: abrazos.
O impunidad y blindaje, como en el caso de quienes el sexenio pasado saquearon al país desde lo más alto del poder político.
Ellos sí son los auténticos “mexicanos felices” y no los millones que asegura ver el jefe del ejecutivo federal en su diaria perorata mañanera.
Una pequeña élite que puede vivir tranquila gracias a la vigencia de los pactos signados cuando los números arrojaban que la victoria de AMLO en el 2018 era inminente.
No son muchos los que integraron en su momento la lista de intocables de Peña.
Además de los miembros de su familia, sus principales socios y prestanombres, entre quienes tuvieron un cargo público destacan Luis Videgaray, Aurelio Nuño, Luis Miranda, Edwin Lino, José Antonio Meade, Enrique Ochoa Reza o Miguel Ángel Osorio Chong.
Hayan hecho lo que hayan hecho, será muy difícil que el convenenciero brazo de la justicia los alcance en los tres años que restan del actual sexenio.
Otros como Rosario Robles o Gerardo Ruiz Esparza, fueron etiquetados como los chivos expiatorios, los imprescindibles que podían dar veracidad a la falsa lucha anticorrupción de la 4T.
La primera está en la cárcel, cumpliendo a cabalidad su papel.
El otro, escapó de su destino con una súbita muerte.
Lozoya, a quien Peña y Videgaray traicionaron, vive muy tranquilo jugando el conveniente papel de “garganta profunda” del peñismo.
Es más, en los hechos ejerce como un fiscal de facto cuyas filias y fobias, dichos y rumores, se convierten de inmediato en cruzadas y persecuciones, que en los hechos resultan mucho más mediáticas que jurídicas.
¿Y el jefe de la banda?
¿Cuál es la realidad que vive Peña hoy y qué se espera en el corto plazo?
El presidente López Obrador, de plano ni lo menciona por su nombre.
Mucho menos lo liga directamente con este pasado corrupto que tanto señala en sus discursos.
Da a entender que, en su óptica, sus subordinados se mandaban solos y que tenían el poder y la jerarquía para operar una red de desvío de miles de millones de pesos del erario, ellos solitos.
Que el hombre más poderoso de este país el sexenio pasado, se quedaba siempre al margen de los enormes beneficios que arrojaban los acuerdos de altísimo nivel a los que se llegaba con miembros de la crema y nata de la vida pública y privada nacional.
De locos.
Sabedor de que el pacto de impunidad sigue vigente, Peña Nieto se ha dedicado, con total tranquilidad a disfrutar de la vida.
Ha viajado hasta la saciedad por los destinos más exclusivos del mundo y juran los que saben que se ha convertido en el auténtico rey del mundo inmobiliario de Madrid, la capital española.
Únicamente en un caso de emergencia, si el presidente ve que se le complica su proceso de sucesión y está en riesgo la continuidad del grupo en el 2024, podría estar en riesgo.
Pero ese escenario, en el estado que se encuentra la oposición nacional, no se ve cómo pudiera tener posibilidades de concretarse.