Por Alejandro Mondragón
Los panistas se enfrenta hoy a aquel dilema de la década de los ochenta: conquistar el poder o conservar al partido.
Se pensaba en estos tiempos que el foxismo y calderonismo, a nivel nacional; y el morenovallismo, en el ámbito local, habían liquidado a la organización denominada Yunque, como factor de influencia en el blanquiazul.
Buena parte de los acuerdos atorados para definir candidaturas se localiza en este dilema: ir al poder o controlar al partido.
Los panistas fueron relegados, en el caso de Puebla, hasta quedar reducidos a su mínima expresión, pero el Yunque no fue aniquilado por el morenavallismo, cuyos pupilos/as hoy dirigen al partido, aunque parece que no tienen garantizado el control.
Desde la dirigencia nacional con Marko Cortés y en la estatal con Genoveva Huerta hay la convicción que ceder el partido, en aras de buscar posiciones de poder en la próxima elección, abrirá la puerta a los yunquistas para arrebatarles la dirigencia, de cara al 2024.
Y los yunquistas pelean posiciones de poder para que desde ahí empiecen a recuperar al partido. Vaya galimatías.
Eso explica en buena parte la cerrazón de los grupos por ceder espacios en las negociaciones. Ya se conocen y saben que se juega, de fondo, el control del partido, como agencia de colocación de empleos para lo que venga.
Y fracciones del morenovallismo se han percatado que perderán lo poco que les queda, luego de los privilegios que recibieron. Si no presionan, van a perder.
¿Y Puebla?
El Estado bien puede aguantar otra elección sin recuperar la plaza. Repito, el fondo se localiza en el control del PAN.