Por Alejandro Mondragón
Aunque los resultados electorales de Hidalgo y Coahuila responden más a una dinámica regional, no nacional, está claro que el dato revelador es el papel de los gobernadores.
En ambas entidades gobierna el PRI y los mandatarios operaron, punto.
¿Por qué ese afán de Morena, a través de su dirigencia no nata con Porfirio Muñoz Ledo y Mario Delgado, de regatear en el mejor de los casos, bloquear en el peor, el rol de los mandatarios de la 4T para el 2021?
La nomenclatura pretende sacar las candidaturas para diputados federales, legisladores locales y alcaldes sin la injerencia de los gobernadores, pero –eso sí- reclamar el compromiso de garantizar el triunfo.
Es decir, los góbers morenistas tienen que pagar la fiesta que no organizaron, les impusieron la lista de invitados, la comida, bebida y todo lo demás.
La diferencia se hizo patente en Hidalgo y Coahuila, donde los gobernadores tuvieron injerencia, como jefes locales de su partido, en las nominaciones y operación electoral.
Ahí las grillas externas e internas no contaron. Se asumió su papel y los mandatarios le dieron al PRI la victoria. Así de simple.
En Morena no. En el partido se prefiere conducir el proceso con tómbolas que en acuerdos con los gobernadores que se supone saben bien el pulso de la elección en 2021.
Por eso, algunos ya mejor operan en el sentido de no esperar nada con su partido que como van las cosas podrían dejar al presidente Andrés Manuel López Obrador sin la mayoría legislativa, con Congresos locales opositores y derrotados en las alcaldías más importantes del país.
A veces sabe más el diablo por viejo que por diablo. El PRI lo demostró en Hidalgo y Coahuila.