Por Valentín Varillas
Qué bueno que se anuncie un programa de inversión conjunta entre el gobierno y la iniciativa privada para la generación de infraestructura.
Hoy como nunca hace falta que dinero productivo llegue a la economía nacional.
Qué malo que la pandemia haya reducido de manera importante el monto de los recursos originalmente considerados, de 431 mil millones de pesos, a 297 mil.
En lugar de las 72 obras anunciadas en noviembre pasado, únicamente 39 se mantienen.
El reto, sin embargo, será pasar del dicho al hecho.
Es decir, que realmente esta cantidad de dinero se gaste, que los proyectos se lleven a cabo y que no se trate únicamente de anuncios mediáticos que prometen quimeras irrealizables.
Así ha sucedido en gobiernos anteriores con una frecuencia que espanta.
Vicente Fox anunció un programa conjunto de inversión con la IP y los gobiernos de los estados, por 91 mil millones para infraestructura carretera.
Los proyectos contemplaban el cobro de tarifas de peaje que, en teoría, iban ser siempre “accesibles” para todos los bolsillos.
Al final, en el presupuesto financiero tuvieron que ser tasadas a muy alto precio, lo que volvió incosteables varios de ellos.
El más importante de todos, no se terminó en el sexenio de Fox.
El Libramiento Norte de la Ciudad de México, a pesar de haber sido presupuestado en el monto original que invertiría el gobierno federal en esa administración, fue heredado a Calderón.
También Felipe cayó en lo mismo.
Una de sus primeras grandes como presidente, fue el anunciar un programa de obra pública “sin precedentes”, también de la mano del sector empresarial.
2 billones y medio de pesos para 17 mil kilómetros de carreteras, mil 400 de vías férreas, tres aeropuertos locales y mejoras en la cobertura de servicios de agua potable y luz eléctrica.
Lo que nunca dijo Calderón, fue que, los recursos para financiar todo esto, dependían de la aprobación de una drástica Reforma Hacendaria que nunca fue bien vista por la mayoría de los partidos que conformaban las dos cámaras del legislativo federal.
Al final, muy poco de lo prometido originalmente se cumplió y las prioridades en materia de montos de inversión obligó a la redefinición de los proyectos.
Peña también condicionó el programa de obra de su sexenio a la aprobación de sus reformas estratégicas.
A él sí se las aprobaron.
Sin embargo, los proyectos que tenían como eje central la “modernización de México” tampoco se cumplieron a cabalidad.
Ni en obra carretera, ni en la construcción de la totalidad de los pozos petroleros y los gasoductos considerados originalmente.
La fatalidad más grande para el priista fue convertir la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en la columna vertebral de su plan de inversión sexenal.
Peña sabía que no le iba a dar tiempo de terminar la obra, pero confiaba en que, con el nivel de avance de la misma y con cerca de 160 mil millones de pesos que se le habían invertido, quien llegara a sucederlo se vería obligado a hacerlo.
No fue así, con los saldos y consecuencias que todos conocemos.
Ahora, llega otra vez el reto de cumplir y no únicamente anunciar.
La realidad actual del país no aguanta ya más matracazos mediáticos.
Urgen los hechos concretos.
Si de verdad éste es el gobierno del cambio, si en serio se ha aprendido algo del pasado, cada peso que se prometió en este nuevo programa de inversión conjunta, debe de ingresar a la economía nacional.