20-04-2024 06:50:44 AM

Los riesgos del desencanto democrático

Por Valentín Varillas

La semana pasada, los video-escándalos dados a conocer para afectar a adversarios de ambos espectros del juego político nacional, inauguraron el inevitable torneo de arrojar mierda contra todo y contra todos, algo que ha caracterizado desde hace años el inicio de coyunturas electorales importantes para el país.

En esta ocasión, no solo se adelantaron en términos de fecha calendario, sino que además pusieron la vara particularmente baja.

Es decir, lo que ya vimos puede ser apenas una probadita de lo que vendrá y naturalmente, se va a poner mucho peor.

La entrega de dinero público para la compra de conciencias, o bien para el financiamiento ilegal de un proyecto político, pueden palidecer en términos de potencial de escándalo, comparado con lo que puede venir.

Es apenas el principio y todo parece indicar que existe la materia prima suficiente para seguir viendo lo peor de lo peor de la política nacional.

Y así seguirá hasta el día de la elección del próximo año.

El alto impacto mediático y en redes sociales que tuvieron los videos de hace unos días, nos demuestran lo efectivos que pueden ser para fijar la agenda mediática y política del país.

El efecto que se busca, sin duda es cortoplacista.

Se pretende descalificar al potencial adversario, para obtener una ventaja competitiva en un proceso con la importancia que tiene el del 2021.

En esta inmediatez, sin embargo, se pierden de vista los enormes riesgos que se corren al ensayar una estrategia como esta.

De entrada, los políticos se igualan para mal en el imaginario colectivo del votante potencial.

El rasero se baja de tal manera que resulta muy fácil concluir que, la lucha democrática nacional se reduce a un penoso enfrentamiento entre cochinos y marranos.

Y esto desencanta a los ciudadanos, los aleja de las urnas.

Procesos electorales con bajos niveles de participación le quitan legitimidad al ganador y reducen el efecto real del voto de quienes de manera convencida y espontánea deciden participar.

En este contexto, son las estructuras, las que tienen un mayor peso en el resultado final.

Las de los partidos y por desgracia, las de los diferentes niveles de gobierno que desvían recursos u orientan sus programas sociales para beneficiar a algún partido o candidato.

El escenario es de verdad oscuro.

Encuestas reflejan claramente la enorme desilusión de los mexicanos hacia los partidos políticos, los grandes poseedores del monopolio de la competencia electoral y la tendencia es que el indicador sigua a la baja de manera irreversible.

Por otro lado, las leyes electorales vigentes dificultan los proyectos independientes y en los pocos casos en donde se han concretado, salvo un par de honrosas excepciones su nivel de votación ha sido bajísimo.

Si llegamos a dudar como país, que la democracia es el método ideal para la elección de nuestros gobernantes y representantes populares, se aumenta el riesgo de tolerar y aceptar casi cualquier cosa con tal de que nos cumplan aquella añeja promesa de que las cosas estarán mejor.

La desesperación y el desencanto pueden abonar al crecimiento de todo tipo de ofertas, proyectos y personajes, por bizarros y dañinos que pudieran parecer.

Casos que evidencian los saldos de lo anterior, sobran en la historia.

En la ajena y en la propia.

Tendrían que tomarlos en cuenta aquellos que hoy se empeñan en ensuciar todavía más, la de por sí hedionda vida pública nacional.

 

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