Por Alejandro Mondragón
Desde la dirigencia nacional de Morena con Alfonso Ramírez Cuéllar y Bertha Luján se empuja a posponer -por un año- la renovación de los cuadros directivos, con el pretexto del coronavirus.
La medida sin duda es la señal favorable a los intereses de la alcaldesa Claudia Rivera Vivanco para entrarle al tema de la reelección, junto con otros ediles y diputados federales, así como locales.
Los duros de Morena están en contra de la reelección, pero los suavecitos creen que es una oportunidad para operar la estructura que traen quienes ahora ejercen cargos.
El problema no sólo es interno, sino externo, ante los altos negativos que traen los gobiernos de Morena, no sólo en Puebla, sino en todo el país.
Esta semana, Ramírez Cuéllar envió solicitudes formales al Consejo de Salubridad General, la Secretaría de Salud, al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y la propia Comisión Nacional de Honestidad y Justicia para saber si el último día de agosto se puede llevar a cabo la renovación.
Argumentan que tendrían que movilizar a 300 mil personas en todo el país, con reuniones de hasta 3 mil 700 asistentes, por lo que significaría arriesgar su salud.
El asunto es que Morena es una olla exprés, a punto de ebullición. Mantener a la dirigencia permitiría manejar candidaturas y marginar a los duros del partidos.
Con la reelección de autoridades tampoco le garantizan al presidente López Obrador la mayoría legislativa en el 2021, ante el desgaste y rechazo de autoridades, pero eso resulta irrelevante si les garantiza controlar a Morena.
El problema radica en que les guste o no, AMLO se mantendrá como factor para inclinar la balanza electoral.
Y la pregunta, ¿le importa hoy Morena?
El partido se ha convertido en lo que tanto prometió combatir y está por ubicarse en una rara mezcla entre las tribus del PRD y el dedazo del PRI.
Lo peor es que pretenden maniatar a los gobernadores a que respalden a los candidatos que les manden, lo que nada bueno augura para Morena en 2021.
